Un virus plantea un reto médico y científico. Una epidemia es un desafío social. No podemos comprender el efecto de la covid-19 en las poblaciones solo desde el plano –imprescindible- del laboratorio: necesitamos, más que nunca, conocimiento sociológico. Fue Michel Foucault quien primero entendió la relación entre medicina y sociología. En su libro “El nacimiento de la clínica” el filósofo francés señala que el concepto de “salud pública” surge durante el siglo XIX como disciplina orientada a conocer y controlar la salud de las poblaciones, vinculada a la estadística y el estudio de los comportamientos, los hábitos y las condiciones de vida de las personas.
Con la industrialización, la normativización del trabajo y la creación de amplias clases asalariadas, la salud pasó de ser un tema individual a colectivo. Los hospitales se crearon precisamente como una respuesta para afrontar los problemas de salud de las clases populares, que no podían pagar una atención personalizada. A su vez, el hospital fue la institución que dio trabajo a médicos que no podían establecerse por cuenta propia. Pero, por su utilidad social y su capacidad para generar saber médico y prácticas eficaces –además de abordar la salud pública de forma masiva-, el hospital pronto evolucionó y se convirtió en el eje central de la praxis médico-sanitaria. Sobre esta base resulta fácil comprender que hoy, más que nunca, la salud es una cuestión colectiva y la medicina, para completar su conocimiento, tiene en la investigación social un instrumento imprescindible, su mejor aliado. Si la profesión médica diagnostica los problemas en un cuerpo individual, desde la investigación social radiografiamos las problemáticas de las sociedades, también las sanitarias.
«El concepto de “salud pública” surge durante el siglo XIX como disciplina orientada a conocer y controlar la salud de las poblaciones, vinculada a la estadística y el estudio de los comportamientos, los hábitos y las condiciones de vida de las personas»
En Sigma Dos y Demométrica –empresa de investigación social especializada en el sector sociosanitario- hemos tenido muy presente esta relación. Desde hace años trabajamos con equipos multidisciplinares de especialistas en estadística, sociología, análisis de datos y expertos en salud pública, creando métodos que nos permitan abordar un conocimiento amplio de una realidad tan compleja como la salud. Una realidad que abarca ámbitos tan aparentemente dispares como la prevalencia de una determinada enfermedad, los hábitos y comportamientos saludables o de riesgo, las actitudes sociales hacia los problemas de salud o los avances clínicos, la calidad de la atención o la motivación del personal sanitario.
Conocimiento social
La experiencia de todos estos años trabajando tanto con las autoridades sanitarias públicas como con el sector privado (empresas de aseguramiento, grupos hospitalarios o industria farmacéutica), nos demuestra que el conocimiento social tiene un enorme valor de prevención. Identificar falsas creencias, mitos arraigados en la psicología colectiva, áreas de desconocimiento sobre realidades médicas o detectar hábitos perjudiciales nos permitirá diseñar mejores campañas de información o concienciación. A menudo, una determinada enfermedad no empieza en nuestro cuerpo, sino en una serie de hábitos perjudiciales o en creencias erróneas arraigadas en nuestras mentes. La investigación social también nos permite mejorar la calidad de las políticas de salud pública, identificando problemas latentes en el propio sistema sanitario, como la desmotivación de los profesionales, carencias no detectadas –por ejemplo, formativas- o déficits en la atención a los pacientes.
En general, una correcta política de información social y concienciación, llevada a cabo con transparencia, elevará nuestros niveles de confianza: es el mejor antídoto frente al escepticismo de movimientos como los “antivacunas”. Pero esas estrategias solo pueden ser eficaces sobre la base de un amplio conocimiento social, accesible a través de la investigación.
«El 80% de los españoles se muestra preocupado por la evolución de la pandemia, y un 40% ha visto disminuidos sus ingresos y solo el 7% cree que las medidas han sido demasiado estrictas»
Si algo hemos aprendido de la COVID-19 es que una pandemia –y más específicamente, una global de estas características- rebasa el ámbito médico y científico, para convertirse en una realidad capaz de alterar profundamente la economía, el consumo, el trabajo, la política, la cultura o las costumbres sociales. Según una encuesta de Sigma Dos para El Mundo, el 80% de los españoles se muestra preocupado por la evolución de la pandemia, y un 40% ha visto disminuidos sus ingresos y solo el 7% cree que las medidas han sido demasiado estrictas. Es natural que nos preguntemos cómo está afectando esta pandemia a todas estas cuestiones, cómo nos está transformando individual y colectivamente. ¿Vamos a cambiar nuestras formas de consumo, nuestras preferencias políticas, nuestros valores sociales? ¿Saldrá modificada nuestra idea de familia? ¿Revisaremos nuestro ocio, nuestros vínculos sociales, nuestros hábitos sanitarios?
Lo necesitan saber empresas, gobiernos y la sociedad civil en su conjunto. También en este ámbito es la investigación social la mejor herramienta de conocimiento, la única manera de prevenir, de anticiparnos a los problemas multidimensionales y empezar a solucionarnos sin esperar a que lleguen. Y es el mejor camino para aprovechar al máximo las enseñanzas del esfuerzo sin precedentes que toda la sociedad en su conjunto, desde las administraciones públicas hasta las empresas, pasando por los profesionales, trabajadores y ciudadanía en general, hemos realizado en este 2020 para superar un desafío desconocido hasta la fecha. Será una buena noticia para todos que el 2021 sea un buen año para la investigación social. Por eso, y por todo lo demás, feliz 2021.