a) la ausencia de imágenes de accidentes;
b) acordarse de las otras víctimas: los que esperan.
Las imágenes duras de las consecuencias propias de una imprudencia, un despiste o consumo de alcohol al volante influyen de manera positiva en la actitud de muchos conductores, a pesar de los argumentos en contrario de muchos detractores; pero considero que poseen connotaciones negativas que pueden mediatizar el significado del mensaje que se emite, como por ejemplo, entre otras, el rechazo instintivo a la visualización de la violencia que desprenden enfrentado a nuestro instinto de supervivencia; o percibir el mensaje de esas imágenes como una coacción a la libertad del individuo, que en este caso reacciona reafirmándose en su derecho a decidir por él mismo su seguridad.
Pero la invocación de ese derecho siempre es egoísta. No se piensa en quienes sufren las consecuencias del accidente, fatal o no.
Ese es para mí el valor fundamental de esta campaña: hacer pensar al conductor, conductora, que no son sólo ellos las víctimas, y este mensaje se percibe con fuerza en las cuñas de radio y en los spots, cuya imagen de recuerdo más profundo es la de los dos niños esperando solos a que su madre los recoja.
Este debe ser el objetivo, a mi juicio, de la comunicación emitida por las instituciones públicas: dar que pensar. La imagen de impacto está bien para la publicidad comercial, pero su efecto es de limitada duración.
El discurso institucional no se debe fundamentar en fáciles recursos creativos como la simpleza de sacar una tarjeta roja al que maltrata a una mujer.
No deja huella.
Eduardo Oejo es asesor de Comunicación Visual.