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En estos comienzos de año se percibe claramente este estoicismo pesimista y demoledor: “El año pasado se esperaba que esto

En estos comienzos de año se percibe claramente este estoicismo pesimista y demoledor: “El año pasado se esperaba que esto empezaba por fin a cambiar y mejorar y el batacazo fue mayúsculo, ahora al menos no nos coge de improviso”. Porque, efectivamente, todo apunta a que seguimos y posiblemente seguiremos metidos en el túnel durante mucho tiempo, y la postura generalizada parece ser simplemente agarrarse como se pueda para no caerse o que no nos tiren del tren, aunque en el camino nos hayan quitado la calefacción, el bar, la luz, los asientos, el tejado e incluso el motor, y ahora tengamos que estar empujando todos a duras penas esa locomotora que ya no funciona. Al grito de Groucho Marx, “¡Traed madera, traed madera!”, se va quemando todo lo que teníamos para que el convoy siga andando, aunque no se sepa hacia dónde y mucho menos se tenga claro el posible final del viaje.

El mal menor. Esta sensación de que el mal menor es seguir tan mal como se está ahora, pues cualquier cambio posiblemente sería a peor, es especialmente preocupante en el sector de la publicidad y los medios de comunicación. Las posibles decisiones arriesgadas hace tiempo que se han olvidado totalmente, y todas las acciones se basan en el principio de reducir costes y minimizar las pérdidas, sin tan siquiera buscar o plantearse qué hacer para lograr una mínima mejoría. Los recortes brutales y generalizados en los medios de comunicación se están haciendo por la principal partida de gastos, el personal, sin el mínimo pudor ni intención de tratar de mantener la calidad de los medios, aunque todo indica que con esas decisiones se están cavando su propia tumba, pues será imposible recuperar a unos lectores/oyentes/espectadores cada vez más desencantados, que buscan a su vez otras opciones, casi siempre gratuitas, y que, además, le aporten mayor independencia de todo tipo: económica, de credibilidad, confianza… Para muchos jóvenes ya no existen los diarios ni la mayor parte de las revistas, y la radio y la televisión están siendo sustituidas por la Red, donde encuentran esos contenidos a su gusto cuando, cómo y dónde quieren, y además gratis y sin anuncios. Y sin esos jóvenes, ya se sabe el futuro que tiene cualquier medio o empresa.

Crisis = oportunidad? ¿Dónde? En publicidad, los anunciantes que siguen invirtiendo, aunque sea cada vez menos, lo hacen igualmente con la actitud de tratar de paliar o minimizar los daños, en vez de con el convencimiento de que pueden hacer algo para aprovechar las oportunidades, que puede haberlas, o intentar mejorar la situación general comenzando por su propia empresa. Leo muchos artículos hablando de que la palabra crisis en chino, japonés o birmano se escribe igual que oportunidad, pero en comunicación son rarísimos los casos reales que siquiera lo intentan. No hablo sólo de invertir más o menos, sino de hacer las cosas distintas, buscar nuevos caminos y retos, romper las reglas y estrategias que, además, ya se ha comprobado que no sirven para el futuro. Parece todo un síntoma que una de las campañas más relevantes de estas navidades haya sido la deprimente, melancólica, patética, triste, y casi diría que casposa, de Fofito y Campofrío, con ese canto a la España cañí y sus suspiros. Así vamos. Esperemos que la primavera ayude a brotar realmente algo nuevo, en vez de seguir desmantelando todo para quemarlo como combustible en este viaje a ninguna parte.