Siempre, en todos sitios, se ha vendido la idea de que si algo te entusiasma, o por lo menos te gusta, tienes mucho ganado en lo que se refiere a tu desarrollo profesional. Nos lo ha contado nuestra cultura popular. Historias de éxito de personas que desde la pasión han conseguido ser profesionales transcendentes, personas memorables.
Pero he podido ver con cierto desasosiego que en el mundo de la creatividad publicitaria esto no pasa. No necesariamente, la vocacionalidad va de la mano del éxito. De hecho, el sector está más cerca de una dualidad mucho más triste: la vocacionalidad tiene como reverso tenebroso la precariedad.
A menudo se interpreta nuestro trabajo como una afición. Hablamos de anuncios. Nos pasamos la vida pensando anuncios. En los primeros años de nuestra carrera, incluso perdemos dinero por hacer anuncios. ¿Tiene sentido esto? ¿Cómo es posible que la ilusión y las ganas de hacer las cosas bien sea vista, no como algo que valorar, si no como algo de lo que aprovecharse?
«La vocacionalidad tiene como reverso tenebroso la precariedad»
Últimamente se habla mucho de la salud mental del colectivo publicitario, y más concretamente de los perfiles creativos. En búsqueda de respuestas, analizamos los contextos de las agencias comparándolas con los contextos del pasado. Nos preguntamos cómo podemos adaptarnos a los tiempos. Hacemos coloquios sobre el tema e incluso cuestionamos una realidad, la actual, en la que los perfiles junior ponen sus líneas rojas porque no están dispuestos a prescindir de su tiempo libre.
Pero creo que no nos estamos dando cuenta de que gran parte del problema está en que, ante algo tan importante como la vocacionalidad, muchas veces este sector responde con una exigencia exponencial. Una exigencia que hemos normalizado, que no entiende de horarios, y que no necesariamente es acorde con las condiciones contractuales de los perfiles sobre los que se proyecta.
No puede ser que porque nos guste mucho lo que hacemos, y queramos tener el mejor plan de carrera, no hagamos otra cosa. Porque a la larga, pocas saludes mentales saldrán airosas de semejante locura.