Tirar del top manta (1)

Ustedes se preguntarán qué cansino virus, ideológico y bienpensante, me ha impelido a formular una ocurrencia semejante. Ninguno. Me hallo,

Ustedes se preguntarán qué cansino virus, ideológico y bienpensante, me ha impelido a formular una ocurrencia semejante. Ninguno. Me hallo, como siempre, pletórico de incorrección política. Lo que me lleva recomendar este cambio de estrategia a las casas de discos es algo relacionado con satisfacer necesidades. Sí, se trata del marketing.

Fíjense en mí: otrora músico aficionado y ávido consumidor de CD, dejé un día de acudir a las tiendas del ramo en las que desde joven financiaba con dispendiosa alegría a discográficas y a artistas. ¿Y por qué esa mutación en mis costumbres? La respuesta es sencilla: ya no me daba la vida. No es una cuestión de dinero sino de tiempo. Ni me acuerdo de la última vez que tuve tiempo de manipular los CD de una estantería intentado descifrar con qué arcano criterio los había ordenado el tendero. Lo más parecido a una tienda de discos que ahora frecuento son abominables centros comerciales en los que intento frenéticamente permanecer el mínimo tiempo posible, con el inevitable resultado de tener que volver a los dos días a descambiar artículos mal elegidos.

Por ello, desde hace años me pregunto qué ocurriría si, tras alguna encantadora cena con familia y amigos en el chiringuito durante la canícula, y hallándome yo confortablemente achispado por el Albariño, se me acercara un simpático subsahariano y me pidiera 18 euritos por el último CD de Seasick Steve, en vez de los tres euros de rigor, mostrándome orgulloso su carné de empleado de Sony Music y el retractilado plástico del disco como prueba de su origen legal.
¿Qué ocurriría? Si le parece a usted, lo vemos juntos el próximo IPMARK. Por mi parte, creo que ocurriría