Aveces me pregunto: ¿qué novelas leen, qué música escuchan, qué películas ven algunos especialistas y gurús de la marca? Muy a menudo pienso que deben ser folletines rosa, boleros pastelones y culebrones almibarados.
La relación con las marcas se suele describir en términos de sentimientos grandiosos y pasiones descomunales, utilizando un vocabulario que ya raramente se escucha salvo en telenovelas con o sin exóticos acentos.
Quizás algunas marcas desempeñen el papel de los dioses de antaño y como tales desencadenen actitudes de adoración. Pero eran solo 12 los dioses que moraban en el Olimpo. No todas las marcas pueden aspirar a la divinidad. Ni falta que hace.
Cuando los humanos nos relacionamos con otros humanos, con objetos, con paisajes, con productos y por supuesto con marcas, se despliegan actitudes y emociones muy variadas. Caben tanto sentimientos sublimes como emociones más terrenales. Cabe el amor y también el sexo.
El consumidor dinámico, cambiante y complejo del siglo XXI puede y quiere contar con marcas con las que pueda mantener variados tipos de relaciones, que no tienen por qué ser de enamoramiento ni de adoración. Se pueden construir marcas desde emociones adultas. No todo van a ser lovemarks (para utilizar el término de Kevin Roberts).