Está claro que no podemos cambiar nuestro modelo productivo solo a base de BOE y de fondos UE Next Generation. Para transformar nuestra economía, antes tenemos que transformar nuestra mentalidad colectiva. Saber si España cuenta con los mimbres culturales necesarios para otorgar a la innovación, la ciencia y la tecnología el estatus social y económico que merecen es clave para diseñar nuestro futuro económico.
Esto es lo que mide cada año el informe COTEC-Sigma Dos de Percepción Social de la Innovación desde su primera edición de 2017. En la última oleada de 2020 (con una muestra ampliada de 7.250 entrevistas, que nos permite hacer un desglose territorial) este estudio ha podido radiografiar el impacto que la pandemia de la covid-19 ha tenido en nuestra percepción de la innovación. Ha sido el año de las vacunas y del teletrabajo. El año de la crisis económica, pero también el año del triunfo de la ciencia. ¿Cómo nos ha cambiado la pandemia? Hay cambios positivos y otros negativos de los que cabe extraer lecciones.
¿Una España más moderna?
En lo positivo: claramente nos ha hecho valorar mejor la innovación. El 77% de los españoles la ve como algo bueno en sí mismo, cuatro puntos porcentuales más que en 2019. Además, los españoles confirman que la pandemia les ha hecho dar más importancia a la investigación en salud, que encabeza las preferencias en cuanto a prioridades de gasto público para la mayoría de los españoles (por encima de la educación o las pensiones). En relación con la capacidad de la tecnología de crear más puestos de trabajo de los que destruye, se invierte la tendencia pesimista de 2019 y ahora el 50,2% cree que la tecnología creará más trabajo.
Estos datos muestran claramente que hay una España más moderna y enchufada a la tecnología que se abre paso a gran velocidad
Otra consecuencia interesante, especialmente en un país con una cultura hiper presencialista del trabajo (“si no estás en la oficina es que no estás trabajando”), es que durante 2020 el 18% de los trabajadores por cuenta ajena teletrabajó dos o más jornadas laborales por semana, cuando en 2019 eran el 7%. Y lo que resulta más importante aún: los teletrabajadores coinciden en que se han sentido capacitados desde el punto de vista tecnológico para trabajar desde casa (93%), que son igual o más productivos que cuando van a la oficina (78%), que ha mejorado su conciliación personal (62%) y que su empresa tiene planes para continuar con el teletrabajo cuando pase la pandemia (59%). Estos datos muestran claramente que hay una España más moderna y enchufada a la tecnología que se abre paso a gran velocidad.
Esa España –y aquí empiezan las conclusiones menos favorables del estudio– convive con otra más rezagada. Hasta en ocho comunidades autónomas los habitantes perciben que están a la cola de España en innovación, mientras que sólo tres (Cataluña, Madrid y País Vasco) sienten que están por encima de la media. Es también significativo que, en 10 comunidades autónomas, en su mayoría de la España interior, más del 40% de los ciudadanos no se siente preparado para trabajar en un entorno laboral dominado por la tecnología.
En general, la valoración de España como país innovador baja tras la covid-19, y lo hace hasta situarse por primera vez por debajo de la media Europea: el 50% de los españoles (el 33% en 2019) ubica a su país en el grupo de “países menos avanzados de la UE”. El porcentaje de los que creen que las grandes empresas españolas son innovadoras también baja del 47% al 39%.
Una sociedad abierta
¿Qué deben hacer los gobiernos? En línea con lo anterior, la inmensa mayoría de los españoles (78%) cree que la inversión del país en I+D+I es insuficiente, que las leyes no favorecen la innovación (68%) o que el sistema educativo no está preparando bien a la sociedad para los retos del futuro (70%). Ya pueden tomar nota nuestros responsables públicos.
Está claro que España ya no es el país atrasado e indolente que pintaba José Cadalso en sus Cartas Marruecas, dando origen a un género ensayístico caracterizado por la crítica (casi el lamento amargo) a nuestra inveterada lejanía con la Ilustración europea y nuestra difícil relación con la modernidad; género que cultivaron, entre otros, Larra, Ortega y Gasset o Gregorio Marañón. Tampoco somos aquel país cuyas universidades, en pleno siglo XVIII, ignoraban a Descartes o Newton.
Dedicamos el 1,24% del PIB a investigación y desarrollo, cuando la media europea es del 2,12%
Aunque quedan cosas por mejorar (dedicamos el 1,24% del PIB a investigación y desarrollo, cuando la media europea es del 2,12%). La España de hoy cuenta con centros e investigadores de primer nivel, buenas universidades y empresas y trabajadores capaces de adaptarse a los desafíos de una pandemia global, como hemos visto. Y, sobre todo –así lo dice el estudio- España cuenta con el capital más importante: una sociedad tan o más abierta a los cambios como cualquier país de su entorno. Aprovechemos la coyuntura favorable: la covid-19 nos ha hecho ver más claramente que el camino del futuro es el de la innovación, la ciencia y la tecnología. ¿Y si, de una vez, mandamos el “que inventen ellos” al diván del olvido, y nos ponemos a innovar nosotros?