Tenía que escribir mi columna de cada mes en IPMARK; había pensado un par de temas entre los que decidir; sólo faltaba encontrar el enfoque y, en esas, me llegó la triste noticia: había fallecido Miguel de Haro. El gran Miguel, el responsable, entre otras cosas muchísimo más importantes, de que yo escriba estas columnas.
Creo que conocí tarde a Miguel, aunque parte de su obra (esta revista IPMARK, por ejemplo) la conozco desde muchos años antes. Repaso detalles de su biografía: cuando empezó a jugar un papel relevante en el marketing de nuestro país (un marketing que ni siquiera sabía que lo era) yo era casi un niño; la mayoría de quienes ahora pueden leer este artículo, no habían nacido. Cuando participó en #Jubilarte, mi intento de añadir contenido a la jubilación, decía que “nuestra amistad se pierde en la noche de los tiempos”. Yo no me habría atrevido a decirlo si no fuera repitiendo sus palabras: ser amigo de Miguel de Haro es un honor que no sé si podría reivindicar, pero si él mismo lo decía…
Para mí Miguel era un grande, un ejemplo a seguir. Le conocí cuando llegué a este lado del negocio publicitario, le traté algo más cuando, durante varios años, formé parte del jurado de los premios de la AEPP que él presidía. Creo que él fue uno de los pocos que vio que la prensa gratuita añadía y no restaba sino que añadía valor a lo que ya existía.
Subí un escalón más en la escala cuando, ya en este milenio, me pidió ayuda cuando estaba haciendo su tesis doctoral: revisé algunos de sus textos y algunos datos en los que, por supuesto, no tuve que introducir ninguna corrección: todo estaba bien; la visión de Miguel era la adecuada.
A raíz de eso, nuestros contactos para perfilar algunos datos que utilizó en su tesis doctoral, estrechamos aún más unos lazos que existían aunque no fuéramos del todo conscientes. De nuestras citas en “El Espejo”, enfrente de la Biblioteca Nacional dónde él daba los últimos retoques a su tesis, salieron estas columnas en las que no sé si he contribuido a dar algo más de sentido a IPMARK, una de las obras más importantes de la vida de Miguel de Haro.
Me gustaría que fuera así.
Eduardo Madinaveitia