Pocos dudan ya que nada volverá a ser como antes, y no es cuestión de optimismo o pesimismo, sino simplemente de afrontar la realidad e intentar ver con cierta claridad la crisis más grave que ha vivido la sociedad actual. Los intentos de continuar como si «todo esto pasará en relativamente poco tiempo» parecen cada vez más patéticos y sin sentido, como esos lemmings que se precipitaban al vacío siguiendo al líder: sólo se salvaban los que trataban de encontrar o construir un nuevo camino.
Anunciantes, agencias y medios están metidos un laberinto de muy complicada solución, entre otras razones porque la mayoría de los factores no dependen de ellos, pero sus decisiones son claves para buscar y, en la medida de lo posible, lograr hallar una posible salida. O, al menos, sobrevivir y estar en la mejor disposición para el nuevo panorama que habrá no cuando todo esto acabe, algo que claramente tardará muchísimo tiempo, sino cuando al menos vaya pasando la fase más crítica de la pandemia, lo que en el mejor de los casos todavía tardará bastantes meses.
La inmensa mayoría todavía parecen seguir inmersos en ese optimismo irreal que siguen intentando transmitir los que dirigen todo, sea a nivel mundial, europeo, estatal, autonómico o local, cada vez con menos credibilidad, pues ya prometieron que todo acababa en el verano tras el primer confinamiento, y luego con la llegada de la vacuna.
La inmensa mayoría todavía parecen seguir inmersos en ese optimismo irreal que siguen intentando transmitir los que dirigen todo
Es evidente que aunque todo fuese perfecto y genial pasarán muchos meses para que mayoría de la población española esté vacunada, y parece imposible apuntar un plazo para vacunar a la mayoría de la población mundial. Va siendo hora de asumir con toda crudeza que todo ha cambiado, y que poco se soluciona con pequeños parches, pues es como tratar de tapar con tiritas una hemorragia que no cesa.
¿Somos elfos?
En esa irrealidad fantasiosa se han instalado la casi totalidad de las campañas navideñas, intentando escapar como esos elfos de los grandes almacenes, entre infinidad de promesas de que todo esto no deja de ser un paréntesis en la vida perfecta e idealizada que en teoría había antes.
Es cierto que hace casi un siglo Coca-Cola tuvo un éxito extraordinario con una de sus mejores campañas de la historia: en 1929, en pleno crack, optó por una idea optimista, desenfada y absolutamente ajena a la brutal crisis económica, mostrando imágenes de gente feliz disfrutando de la “Pausa que refresca”. Pero el mundo ha cambiado totalmente desde entonces, y la credulidad e ignorancia que tenía la mayoría de la población hoy día parece impensable.
Anunciantes, agencias y medios pueden comenzar el año como la orquesta del Titanic, o romper radicalmente todos sus esquemas de trabajo para tratar de encontrar una posible salvación
Lo importante es buscar los caminos, estrategias y creatividad por los que irá la comunicación en los próximos años, mucho más allá de influencers, redes sociales, Twitter y otros fenómenos que, sobre todo, han tenido la principal virtud de mostrar que los jóvenes (hasta los treinta y tantos años) están cada vez más desconectados de la publicidad, los medios y los mensajes de siempre. Anunciantes, agencias y medios pueden comenzar el año como la orquesta del Titanic, o romper radicalmente todos sus esquemas de trabajo para tratar de encontrar una posible salvación. Creo que el mejor resumen pueden ser un par de citas de Albert Einstein, que fue galardonado con el Nobel hace justo un siglo, en 1921: «No podemos resolver nuestros problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos«. «Locura: hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes».