En la RAE la palabra ‘evento’ produce resultados. En la vida real, también. Muchos y de éxito. Las experiencias memorables comienzan antes de suceder y no terminan cuando finalizan. En la división de eventos de Shackleton hemos creado y utilizamos lo que llamamos “Las 3E”, una metodología trifásica bajo la que siempre desarrollamos nuestro plan de acción:
Expectación. El pre. Todo lo que sucede antes del evento. Fase clave para potenciar la asistencia y la buena impresión. Generar ruido y conversación. Es la comunicación, la invitación, la confirmación y la información.
Experiencia. El durante. Todo lo que sucede durante el evento. No hay acción de comunicación en la que se involucre tanto y tantos sentidos. Estás, ves, escuchas, hueles, degustas, sientes, tocas y compartes. Es la introducción, el nudo y el desenlace.
Evocación. El post. Todo lo que sucede después del evento, fase en la que multiplicamos el efecto de lo vivido. Es el epílogo, la conversación, la repercusión y el recuerdo.
No concebimos los eventos que no sean conceptualmente creativos. Queremos sorprender y hacer lo que nunca se ha hecho. Inventamos y ponemos en marcha una fábrica de sueños que se hacen realidad.
Porque al fin y al cabo, un evento son todas las experiencias que consigas imaginar. Es construir un monumento. Batir un récord mundial. O respirar música. Un evento lo creas tú y lo moldean y terminan de definir tus audiencias. Un evento está vivo todo el tiempo que tú decidas que lo esté.
Avanzamos con las nuevas tendencias y los nuevos formatos. La tecnología y el uso de las redes sociales han influido considerablemente en la forma en la que se planifican, ejecutan y evalúan los eventos: robots, apps, hologramas, pantallas táctiles, drones, video mapping, códigos QR, eficaces evaluadores para del ROI y un largo etcétera de transformadoras innovaciones que en los últimos años nos han ayudado a organizar eventos más impactantes y eficaces.
Pero no nos engañemos, necesitamos vernos: necesitamos eventos que faciliten las relaciones interpersonales.
Porque un evento no es un show. Es un apretón de manos en el que ambas partes deben conseguir sus objetivos. Es confianza mutua, y por qué no, un poco ciega. Es rentabilidad transformada en ROI.
Nosotros confiamos y creemos en lo que hacemos. Jugamos a ser los mejores y aspiramos a ganar. Disfrutamos mucho por el camino. Progresamos y siempre perseguimos una cuarta e ineludible “E”: la excelencia. Y eso sólo se consigue con especialización.
Ponemos método a nuestra forma de trabajar. Planificamos meses para horas; prevemos infinitas combinaciones llenas de imprevistos; persistimos y ponemos mucha pasión.
Somos siempre conscientes del directo que supone un evento. De realidad incierta y motivadora. Esa “D” de deadline sin vuelta atrás. De apuesta estudiada y trabajada que deja al azar un sinfín de factores cuasi controlados.
Dirigir un evento es tener en las manos una vara corta y fina y conducir la ejecución de tu mejor pieza musical. Es ser una arquitecta efímera. Una esteta. Es cocinar un plato único. Es crear una película que se recuerde. Y conseguir que baile bien el más torpe.
Los eventos, son casos de éxito con una imprescindible “I”: la inversión. Porque, por fin, el show ha dado el paso al business. Y las empresas demandan resultados en base a la inversión realizada buscando un impacto en el negocio.
Es innegable que los eventos son el presente del futuro. Son los nuevos spots, por mucho que les duela a los puristas.
Son eficientes campañas de comunicación. Son infinitas experiencias entre personas, marcas y productos con resultados demostrables. Son, en esta era digital, increíbles plataformas en la que los asistentes miden su valor y generan contenidos comunicacionales multiplicando así el impacto inicial con perfilada veracidad.
Son poliedros cada vez más facetados y profesionalizados. Y en evolución.
Y como bien define la RAE, son sucesos importantes. Cada vez más.
Marta G. Viudes, head of events de Shackleton.