Cada golpe, cada swing será analizado con todo tipo de tratamiento de imágenes; se abrirán ángulos de cámara no ensayados y la organización jugará a castigar al niño malo con el horario estelar; obligando al pecador a entrar y salir del campo cada día aunque había pedido alojarse en las instalaciones del club. El director del torneo le ha negado todas las peticiones y se ha entregado a dos tareas: censurar al pecador y sacarle el máximo dinero a las televisiones, programando el primer partido de Tiger en el horario más caro.
Un amigo, pasional amante del golf, me cuenta dos cosas:
1) La primera es que los jugadores españoles y europeos, al enterarse de la impensable actividad sexual del número uno, declararon formalmente su rendida admiración por él, ahora con más motivo. “Si después de esas palizas es capaz de jugar como juega, es que es todavía mejor de lo que pensábamos. ¡Que envidia!”.
2) La segunda, habla de que el precio de los spots de la reaparición ha batido todos los récords, muy por encima de la Superbowl. El dinero de las marcas es así de cínico: no quiere saber nada del pecador, pero cabalga sobre los índices de audiencia que genera el morbo y paga lo que sea para aprovecharse del pecado.
Sic transit gloria mundi.