75 Congreso de Gallup: Madrid se traslada a Marte

"Imaginemos que, buscando una nueva vida, nos hemos mudado a Marte y que, cómodamente instalados en el planeta rojo, nos llegan inquietantes noticias de la Tierra a través de algo así como una CNN interplanetaria: una pandemia se extiende por todos los países, una nueva guerra, problemas económicos… Desde la distancia cósmica, nos resulta casi inevitable observar nuestro ex planeta, suspendido con su azul característico en el cielo de la Vía Láctea, como uno solo. ¡Pobres terrícolas!, exclamaremos un tanto aliviados,  sin pararnos a distinguir entre norteamericanos o italianos, entre españoles o angoleños". Un artículo de Antonio Asencio, director de comunicación y estrategia de Sigma Dos.

Antonio Asencio-Sigma-Dos
Antonio Asencio, director de comunicación y estrategia de Sigma Dos.

El argumento no es mío –aunque me habría gustado-, sino de Ray Bradbury quien, en su célebre obra de ciencia ficción, Crónicas Marcianas, escrita en los años 50, soñó con la posibilidad de una futura colonización de terrícolas en Marte, a principios del siglo XXI, hastiados por los problemas de su planeta, del que les sigue llegando información sombría. La realidad es que ese momento aún no ha llegado y tenemos que lidiar con los problemas de nuestro mundo aquí mismo, sin posibilidad de una emigración cósmica. Pero la referencia literaria sirve para ilustrar la importancia del punto de vista en el análisis social. Entendernos como una sola comunidad –la humana- es casi imposible a no ser que pongamos distancia. Y como no podemos ir a Marte, tenemos que utilizar otros métodos…  U otras metodologías.

Lo primero, es reconocer que somos una entidad global e interdependiente. Si algo hemos aprendido de la pandemia de la covid19 y de la guerra de Ucrania es que los problemas de fondo de nuestras sociedades son globales. Un lejano virus originado en Wuhan termina alternando en pocos meses la vida y la economía en todos los países del planeta –sin excepción. La invasión de Rusia a su país vecino golpea el mercado energético, al reducir la cantidad de gas disponible, y sube los precios de todos los productos en todas las regiones de manera similar (un 10%), además de crear una crisis alimentaria en África, por el bloqueo de la exportación de cereales ucranianos. Por si todo lo anterior fuese  poco, también a todos nos golpean los efectos del cambio climático, que este verano se han dejado notar con crudeza en todos los continentes, dejando mensajes inquietantes de cara al futuro.

¿Desglobalizar o re-globalizar?

Se habla de “desglobalizar”, pero en realidad esto es imposible stricto sensu: ninguna economía ni ninguna sociedad podrían soportar un modelo de producción y consumo autárquico y cerrado. Aunque durante la pandemia se fantaseó ingenuamente con la idea –empecemos a fabricar aquí nuestras propias mascarillas, y luego los coches y la ropa…-, esto nos llevaría a la pobreza automáticamente y supondría el colapso inmediato de nuestro estilo de vida. Ninguna nación por sí misma es capaz, por ejemplo, de fabricar todos los componentes que se precisan para producir electrodomésticos, teléfonos móviles, vehículos o medicamentos. Y ninguna sociedad por sí sola tiene mucho que hacer frente al cambio climático. Lo correcto, entonces, sería hablar de re-globalizar, darle una nueva forma a la globalización, hacerla más segura económicamente, más justa socialmente y más sostenible a medio y largo plazo. Todo ello exige fortalecer las instituciones globales –ONU, OMC, OMS, etc- para dotar al mundo de una gobernanza mundial con auténtica capacidad decisoria y ejecutiva, como soñó Kant ya en el siglo XVIII con su idea visionaria de un gobierno del mundo para garantizar la paz perpetua.

El desafío de la investigación es, entonces, traspasar las fronteras y estudiar las opiniones públicas en todo el orbe

Si las economías y las dinámicas políticas son globales, las opiniones públicas, aunque fuertemente marcadas por la coyuntura local, están también conectadas. El desafío de la investigación es, entonces, traspasar las fronteras y estudiar las opiniones públicas en todo el orbe para obtener algo así como un termómetro amplio sobre cómo afrontamos los humanos, en conjunto y en cada región del planeta, todos estos desafíos existenciales.

Justamente esta tarea de análisis global de la opinión pública es lo que viene realizando la asociación Gallup International, fundada hace 76 años por George Gallup, padre de la estadística y la sociología contemporáneas. Una asociación que agrupa a más de 50 empresas de otros tantos países en los cinco continentes, y donde España está representada a través de Sigma Dos. Lo verdaderamente interesante de esta red es que es mucho más allá que la suma de sus partes: mediante un sistema de colaboración coordinada, Gallup International lleva a cabo estudios a escala mundial, utilizando una misma metodología, que nos permiten contar con una visión única y amplia del estado de ánimo de los ciudadanos del planeta ante una serie de problemas comunes. Ejemplo de ello es la Encuesta Final de Año en la que se mide el grado de felicidad y optimismo de los ciudadanos del mundo ante el año que entra (los españoles solemos salir bien parados), así como la posición de las distintas ciudadanías ante una serie de problemas globales.

George Gallup, padre de la estadística y fundador de Gallup.

75 Congreso Internacional de Gallup

Del 26 al 28 de septiembre Madrid acoge el 75 Congreso Internacional de esta Asociación. Llega en un momento clave para el mundo, marcado por la crisis de la globalización. Será una ocasión excelente para poner en común visiones sociológicas de todos los rincones del planeta, para observarnos desde la necesaria distancia que aporta el método estadístico. Durante tres días el hotel Palace de Madrid será algo más que el centro de la sociología internacional: será el planeta Marte desde el cual los astronautas de la investigación social dirigiremos nuestros telescopios a la Tierra para aportar algo de luz sobre cómo somos, cómo pensamos y cómo sentimos. Nuestras conclusiones serán las Crónicas Terrícolas de 2022.

 

Texto / ANTONIO ASENCIO

Fotos / IPMARK/ARCHIVO