A estos efectos, me remito a los números 630 (Madrid, del 16 al 30 de noviembre de 2004), 641 (Las paredes de Milán, del 16 al 31 de mayo de 2005) y 644 (Vandalismos, del 1 al 15 de julio de 2005), entre otros. Claro que no es necesario ir a Milán para encontrarse con fachadas, puertas, escaparates, cualquier superficie susceptible de ser pintarrajeada, embadurnada, rayada, corroída con ácido, etc. totalmente cubiertas por esos espantosos graffiti, esas horrendas pintadas que ensucian y envilecen el paisaje urbano hasta límites inconcebibles. El que tenga ganas de sufrir no tiene más que pasearse por la calle de Fuencarral de Madrid, por el tramo comprendido entre la glorieta de Bilbao y la Gran Vía, y verá lo que es bueno.
Como todo en la vida es relativo, no sé muy bien hasta qué punto esa realidad afecta a la imagen de Madrid, y por extensión a la de España, en su percepción por nuestras clientelas externas e internas que, a lo peor, proceden de ciudades con puertas y fachadas aún más embadurnadas.
Claro que el problema no se reduce a esas expresiones de vandalismo, reflejo del absoluto desprecio que tantos desaprensivos muestran por el patrimonio común de nuestras ciudades. En la primera de las reflexiones arriba citadas me refería también a la insoportable suciedad de nuestras calles.