El auge de las redes sociales y los influencers y la temprana edad con la que los niños comienzan a ver sus contenidos son factores determinantes para que sus preferencias profesionales hayan cambiado y ya no quieran ser astronautas como hace décadas, sino youtubers, como le sucede al 29% de los encuestados.
Según la encuesta Harris Poll/Lego, en España uno de cada tres niños declara que le gustaría dedicarse a ser youtuber o influencer y esto se debe a que para ellos son ídolos, una especie de referentes que han llegado supuestamente a la cúspide de la fama sin esfuerzo, simplemente divirtiéndose.
«Venimos de una cultura de la celebridad, en la que siempre ha habido alguien que ha influido en las conductas de los demás y en los patrones de consumo. Identifican a ese influencer como ‘uno de los nuestros’, y se dejan influenciar mucho más», detalla Enric Soler, profesor colaborador de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
En base a la encuesta, el 26% de la generación Z confía más en las reseñas de un influencer que en las de una página de producto hechas por otros usuarios que lo adquirieron. «Del mismo modo, esta conexión servirá para incentivar a sus iguales a ser también influencers. Si él es influencer y le va tan bien, yo también puedo serlo», añade Soler.
En este terreno, es importante contar con un entorno familiar motivador y comprometido con la actividad pública del niño debido a que algunos no tienen la edad mínima para poder crearse un perfil en las redes sociales y una vez se convierten en influencers es como un trabajo en el que tienen que subir post, stories, realizar rodajes o asistir a eventos.
Este modelo de negocio que para los niños comienza siendo como una forma de entretenerse y mostrar sus cualidades a sus seguidores, no está regulado en España. «El trabajo de los niños y niñas influencers no está regulado específicamente en el ordenamiento jurídico español», explica Mònica Ricou, profesora de los Estudios de Derecho y Ciencia Política de la UOC.
«Se considerarían personas menores trabajadoras siempre que haya contraprestación económica«, añade y, por tanto, estarían sometidos a la normativa de protección del menor al derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen.
Peligros ante la falta de regulación
Precisamente, los riesgos de esta actividad tan pública a edades tan tempranas pueden suponer numerosos peligros, no solo por la dinámica de las propias redes, sino por la gestión de esa identidad digital pública. Los expertos coinciden en la pérdida de la noción de privacidad, confusión de identidad por no poder distinguir la vida personal de la imagen proyectada digitalmente.
También destaca la obsesión patológica por ser aceptados por los demás hasta el punto de dejar de ser ellos mismos, despersonalización, dificultades en la gestión de la popularidad, desarrollo de rasgos de personalidad narcisista, pérdida de autoestima a causa de la dictadura del like (‘si no consigo más likes que ayer, no tengo valor’) y duelo patológico por la pérdida de popularidad o nivel de ingresos, porque resulta imposible ser un eterno influencer, apuntan Lalueza y Soler.
A modo de conclusión, la última legislación entorno al sector de los influencers promovida por el Gobierno en marzo no incluía el trabajo de los niños influencers. Para Lalueza, aunque se presente como una actividad lúdica que simplemente se muestra a los seguidores, si genera ingresos debería concebirse como una actividad laboral. En esta misma línea, Ricou subraya la necesidad de una legislación para proteger a estos menores. «Desde la Organización Internacional del Trabajo se podría elaborar un convenio internacional en este sentido, su protección representa también el cumplimiento del objetivo […]», señala.