Sin caer en la adulación, puedo afirmar de Tomás, y creo conocerlo bien, que era un peleón empedernido (cabe recordar el caso del yogur pasteurizado de larga duración), un obseso por la calidad (la leche, los zumos, los ovoproductos), un trabajador infatigable (murió con las botas puestas) y un innovador que creó escuela (la introducción del envase brick para la leche y después para los zumos).
Tomás Pascual tenía un secreto a voces en sus prácticas empresariales, de marketing. Creía a pies juntillas en la publicidad, sobre todo en la publicidad de masas. En los diez últimos años duplicó sus inversiones publicitarias. Pasó de los 22,8 millones de euros a los 47,7 millones, lo que lo convirtió en el segundo anunciante dentro del sector agroalimentario y en el noveno del ranquin general. Creía en la publicidad y la publicidad le ayudó a ser un empresario de primera clase.
Tomás era hombre de esquemas sencillos y claros, inteligibles para cualquier mentalidad, fueran personas de ciencia o simples trabajadores. Pero sobre todo era un hombre entrañable, asequible, cordial… un hombre.
Descansa en la paz de los justos, Tomás, Tomás ‘Superpascual’. Te lo has merecido.
MIGUEL DE HARO
PRESIDENTE DE EDICIONES Y ESTUDIOS