Esto de inventarse conceptos viene al caso de responder a la cuestión: ¿cómo tenemos que pensar cuando las ideas no son propias de una disciplina o ámbito específico de la comunicación? A todos los que nacimos a este negocio de vender ideas, que comunicando generan cambios a partir del interés y la implicación, nos pone un poco enfermos tener que pensar sin asideros, pensar en el vacío frío de la transversalidad, multidisciplinar y multimedia. En el fondo de nuestro corazón, todavía no converso, no nos creemos esta monserga de los que pretenden vendernos el atrevimiento de pensar sin límites, andando de disciplina en disciplina.
Y tenemos razón. La mayor parte de nuestras ideas son contextuales. Pocas de ellas son abstractas y, cuando lo son, corren el riesgo severo de morirse a la primera discusión, destrozadas por una jauría poli-disciplinar que les arranca a jirones lo que más le convenga.
Tenemos razón en afirmar que, cuando ideamos, lo hacemos sobre una realidad o tipo de comunicación.
Y, si es verdad, ¿por qué negarlo?
Más alma que cuerpo. La idea multidisciplinar no es la idea a la que estamos acostumbrados. Es menos específica, menos sustantiva. Es más alma que cuerpo. Más inspiración que sustancia.
Y no puede ser de otro modo. La idea transversal es maleable, plástica, conceptual. La idea transversal a juicio de los que saben de ideas todavía no es idea. Cuanto más cerrada y específica, más incapaz de añadir a su genética las peculiaridades del medio-contexto o de la disciplina. Sus bordes tienen que ser romos para acomodarse a veces con esfuerzo a realidades bien distintas.
Puede que la idea transversal sea como el agua. Puede que, como ella, carezca de forma, pero contenga todas las formas. Puede que, como todo lo líquido, carezca en apariencia de dureza, pero que al final nos sorprenda su contundencia. Puede que como lo líquido esté dotada no sólo de fuerza de impacto, sino también de otras propiedades que la hagan capaz de empaparlo todo, de subir a lo más alto por efecto de la capilaridad.
Pensamiento líquido. De eso se trata.
No es un engendro. No tiene forma precisa, porque no está pensado en el contexto de una disciplina. Por eso es informe. Pero no es un engendro ni una deformidad. Cuando hablo de pensamiento líquido no estoy pensando en valoraciones sobre la modernidad y nuestra actitud moral ante el mundo de hoy. Intento explicar la necesidad de restar forma a las ideas y de licuarlas para que quede de ellas un punto de vista más fluido y aplicable transversalmente. Licuar significaría pasar nuestras ideas y conceptos a otro estado, uno necesariamente más inconcreto y abstracto, más carente de forma.
Es posible que no podamos ser rabiosamente originales en ese estado líquido, hasta es posible que tengamos serias dificultades para contar la idea sin echar mano de ejemplos que al final nos traicionan. Pero no hay otro remedio. O se da liquidez a la idea o ésta no podrá moverse a otro contexto.
Licuar nuestro punto de vista tiene también la intención de superar ese sentimiento de not invented here que se produce cuando profesionales de distintas disciplinas comparten ideas. Licuar supondría convencer a todos de que existe un plano superior y más conceptual, y de que no habrá sometimiento de unos sobre otros.
Lo malo de ese pensamiento licuado es que precisamente no es sólido. Es decir que a diferencia de lo sólido no se puede golpear con ello sobre la mesa. De hecho en algunas ocasiones acabas golpeando con tu cabeza sobre la mesa, presa de la desesperación. Sin embargo, de manera mágica, si esa idea líquida o licuada se convierte en palabra de paso para formar parte de la corte visionaria de algún directivo iluminado, todo cambia.
Palabritas divinas. Son cosas de la vida. Son esas palabritas divinas que concitan sorprendentes consensos donde antes había profundos disensos. Palabritas liquidas que acallan comentarios a pie de reunión, en los que importa más decir aquí estoy que realmente decir algo.
¿De qué sirve el pensamiento líquido? Licuar conceptos capaces de salirse de contexto tiene la intención de dar coherencia e intención compartida a las acciones que incluyen o se conciben desde distintas disciplinas. Licuar consistiría en deshacerse de las limitaciones del medio-contexto a través de conceptos que son puntos de partida o verdades sobre las que construir propuestas.
Un apunte antes de concluir: ¿has pensado sobre los efectos del pensamiento líquido? Es posible que te tachen de inconcreto y a lo mejor van y te insultan llamándote conceptual (fíjate lo maldiciente que es la gente), pero qué le vamos a hacer. Cuanto más complejos y plurales sean los contextos de comunicación más necesario será encontrar maneras de unir aquello que se concibe desunido.
(*) Antonio Monerris es presidente de
Brain Ventures.