Ante la velocidad de vértigo, tenemos la responsabilidad de ordenar, poner foco e interpretar las necesidades de futuro de las empresas y los profesionales.
Hace poco, muy poco, aunque hoy tres meses es una eternidad. Este es el tiempo que llevamos dedicando los miembros de la nueva junta directiva del Club de Marketing de Barcelona a poner en duda, una vez más, nuestra razón de ser. Parece fácil pero no lo es. La realidad del entorno de nuestro trabajo es voluble. Y además nada previsible.
Ante tal escenario —curiosa palabra para definir algo tan fungible— el colectivo de profesionales del marketing —una mezcla de experimentados sénior, de recién incorporados y, sobre todo, de estudiantes con un enorme potencial que todavía tienen dudas razonables sobre si van a lograr incorporarse— nos vamos impregnando de nuevas métricas, nuevos medios y nuevos indicadores que trabajamos con una mezcla del sentido común de toda la vida y una cantidad ingente de datos que deberían ayudarnos a minimizar el error cuando lo aplicamos en un entorno cada vez más transparente y accesible —que la tecnología democratiza a velocidad de vértigo—, para cubrir unas necesidades cada vez más sujetas a las dictaduras del resultado y de la inmediatez. Y a pesar de ello, nada nos garantiza el éxito aunque la estadística e empeñe a vaticinar lo contrario.
Hoy todo evoluciona mucho más rápido que nuestra capacidad de comprensión. La gran velocidad de mejora constante que nos proporciona la tecnología hace que vayamos siempre rezagados detrás de ella y que su gran potencial para suministrarnos infinidad de datos de consumo o tendencias nos supere a menudo. Ante tal avalancha tenemos la necesidad de segmentarlos en partes estancas para hacerlos digeribles para nuestra limitada mente. Y así vamos bautizando conceptos y supuestas especialidades —marketing telefónico, marketing sensorial, marketing online, marketing interno o digital marketing— que nacen y mueren fruto de la propia evolución tecnológica, porqué sólo son adaptaciones a las nuevas posibilidades que los permite la tecnología de turno.
Esta frenética carrera por conseguir leads e incrementar el brand awareness de nuestros clientes que nos impone el mercado, sin apenas tiempo para pensar y decidir una buena estrategia, nos sitúa en una cacería a la captura de resultados. Y lo hacemos incrementando, hasta límites insospechados, el conocimiento del target al que nos dirigimos, persiguiéndole —y a menudo acosándole— por donde quiera que se mueva en la Red.
Precisamente entre tanta locura y tanta exigencia, un Club de profesionales de marketing tiene más sentido que nunca. Pero solo si se compromete, ante estos profesionales, a los que debe representar, a ofrecerles herramientas actuales que aporten soluciones a sus necesidades y a cubrir el espacio de inspiración, razonamiento, estudio y laboratorio que resulta básico para adaptarse a la evolución del entorno. Esta es la voluntad con la que afrontamos los próximos años de trabajo, dando prioridad a las cuestiones importantes para las que a menudo no encontramos hueco en nuestras ajetreadas agendas, a pesar de ser muy conscientes que por ello podemos vernos relegados al fracaso y, por ende, al ostracismo y al olvido.
Como profesionales queremos más. Mucho más. Mas conocimiento, mas reciclaje, más formación y, evidentemente, un entorno que facilite el intercambio y el negocio, que a la postre es lo que sostiene a nuestras empresas. Como Club estamos obligados a cumplir con estas expectativas. Por ello vamos a exigirnos más. Mucho más.
(*) Lluís Torra es presidente del Club de Marketing de Barcelona.