Las marcas de la distribución comienzan a perder el favor del público conforme los consumidores van recuperando la confianza. Si en abril de 2013 eran la opción preferida del 53% de los españoles, ahora solo lo son del 33%.
Son algunos de los datos que arroja la última edición del Índice de Comportamiento del Consumidor de MillwardBrown, que recuerda cómo la preferencia por las marcas de la distribución en detrimento de las marcas fabricantes fue uno de los elementos más característico de la crisis. Una tendencia que ahora está revirtiendo.
Aunque un 33% sigue creyendo que lo mejor es comprar estas marcas, la opinión está muy polarizada según la clase social. Entre los que se sitúan en el estatus alto o medio alto, solo en 11% las elegiría. En las clases medias-medias y medias-bajas las prefiere el 27%, mientras que alcanza hasta el 51,2 entre las clases más desfavorecidas económicamente.
Consumo inteligente
Otro indicador de la normalización en las perspectivas de consumo de los españoles es su actitud ante la compra. De acuerdo con el informe, se afianza la idea de que es posible mantener los niveles de consumo (69%), con un fuerte crecimiento en el último año.
En general parece que los consumidores han encontrado un punto de equilibrio dejando atrás el ambiente de sobresaltos de los últimos años. Sigue siendo minoritario el grupo de los que piensan que hay que aumentar el nivel de gasto (7,7%), mientras que los que piensan en reducirlo son el 23,1%.
La crisis política no afecta al consumo
Como principal novedad, los datos correspondientes al mes de septiembre registran una tendencia positiva de las actitudes de compra de productos y servicios de ocio cotidiano (salir, hostelería, productos culturales,…) y productos de belleza.
Da la impresión de que el resto de los consumos estuvieran normalizados y los de entretenimiento fueran los últimos en hacerlo. Se mantiene la elevada precaución sobre los productos financieros e hipotecas, esencialmente porque aunque la situación sea estable, se asume que se ha entrado en una fase estructuralmente peligrosa, en la que las cosas pueden alterarse para cualquiera de un momento a otro.
En este clima, la impresión que transmiten los datos es que la crisis política se ve como algo relativamente ajeno al devenir de la economía y del consumo, erosiona algo los datos globales (previsiones sobre el desempleo, sensación de prolongación de la crisis) pero no afecta a los comportamientos de consumo.