¿Por qué los vendedores de humo tienen éxito? Por las ansias de notoriedad de parte de la sociedad actual. Porque representan el atajo hacia la celebridad. Alrededor de la polémica figura del pequeño Nicolás, la consultora Mónica Mendoza reflexiona sobre el culto al simulacro y el descrédito del esfuerzo en España.
El pequeño Nicolás es un niño. En los descacharrantes cuentos que protagoniza gracias a la imaginación de Goscinny (el guionista de Astérix, para más señas) y Sempé, él y sus compinches de pandilla demuestran que los adultos son los que en muchas ocasiones se comportan como infantes. Sin embargo, este niño ha visto cómo en los últimos días un astro fulgurante ha adoptado su mismo nombre. Nadie sabe de dónde ha salido este meteoro, ni cómo ha llegado a infiltrarse en las más altas esferas sin más currículum que su descaro, pero lo cierto es que está ahí arriba –depende de lo que se entienda por arriba, claro–, que todo el mundo como yo lo conocemos, que le estoy dedicando un artículo, y que tú, lector, lo estás leyendo.
El otro pequeño Nicolás –permíteme que me sume a la moda tan española de apodar… bueno, de reapodar– es un vendedor de humo. Un humo digno del más aparatoso incendio de planta química. Por ponerte un ejemplo a mano: todos conocemos a alguien que llega a la oficina a las once de la mañana, lee el periódico gratuito, comprueba su quiniela, propone ir a desayunar, y chatea por Internet en todas las redes sociales posibles. Pasa el tiempo hablando con su mujer por el móvil –no la verá hasta el fin de semana, por eso la llama–, y tiene la mesa sumida en un caos de papeles y montañitas de objetos diversos que no ha variado en años, cual artística composición de bodegón. A las once de la noche, después de haber fichado diez horas de trabajo, sale a la calle desierta con la satisfacción del deber cumplido, a pesar de que su única tarea productiva haya sido enviar un PDF a su estresado colaborador del despacho vecino. ¿Cómo se lo monta? Sonríe sin parar y tiene una labia impresionante para caer bien a los jefes y librarse de los marrones que él mismo causa.
¿Por qué el vendedor de humo tiene éxito? Por las ansias de notoriedad de parte de la sociedad actual. Porque representa el atajo hacia la celebridad. Porque labrarse una reputación a base de trabajo, dedicación y sacrificio no es la aspiración de nuestro hombre, solamente deseoso de circular por autopistas sin peaje. Porque para él es mejor decir que ha llegado, en vez de “he tardado toda mi vida en llegar, pero he disfrutado y aprendido tratando de conseguirlo”, o “no he podido llegar, pero lo he intentado con todas mis fuerzas”. John Lennon ya lo dijo: “La vida es aquello que te sucede cuando planeas hacer otras cosas”. Y los vendedores de humo se saltan precisamente lo más bonito de ese proceso, que es el demostrar con hechos que merecen estar donde están. Desconocen que la celebridad no es el fin, sino una consecuencia carente de importancia. Porque… ¿necesitamos tanto la celebridad si nuestra labor nos llena?
Si te sientes atraído por la repentina fama del otro pequeño Nicolás y tienes tentaciones de tomar atajos, piénsatelo dos veces. El humo se eleva y se disipa. Si te conviertes en humo, ya no quedará nada de tu auténtico ser, como lo que le ha pasado al Otro Pequeño Nicolás, tan metido en la vorágine de acontecimientos que ha protagonizado, que quizás ya no se conozca ni a sí mismo. Ser humo es dejar de ser tú. Y como te he contado en otra ocasión, tú eres tu mejor producto. El que abre la puerta a los otros productos que representas y defiendes. Por todo ello, Pequeño Nicolás solamente existe uno: ese entrañable niño que a Goscinny y Sempé les costó mucho trabajo labrar. No vale la pena fabricarte un alter ego para aparecer en primer lugar en todos los buscadores del planeta, ya que nunca podrás conocer a tu personaje más que a ti mismo.
Mónica Mendoza, consultora y experta en ventas y autora del libro: “Lo que NO te cuentan en los libros de ventas: 20 verdades que necesitas conocer urgentemente para vender más” (Alienta editorial).