Asistimos a una renovación de los códigos narrativos en estos programas televisivos de ficción, con una mezcla de géneros muy beneficiosa. No es extraño visionar series donde conviven el género negro, la comedia y la crítica social (Amas de casa desesperadas) o bien el suspense y los fenómenos paranormales (Medium) o el cine de catástrofes junto con la intriga y el terror (Perdidos).
La irrupción a gran escala en el cine de los denostados efectos especiales y la pirotecnia más vacua han provocado una huída masiva de los grandes talentos hollywoodenses, que han encontrado refugio en la pequeña pantalla. De esta forma, gente de la talla de Brian Singer (Sospechosos habituales, X-Men, Superman), J.J. Abrams (Misión Imposible III), David Chase, autor de una de las tres mejores series de la historia, Los Soprano (las otras dos serían Retorno a Brideshead y Yo, Claudio, ambas británicas); Josh Weddom, creador del Buffyverso, y guionista de comics (Astonishing X-Men); Glenn Gordon Caron, responsable en su momento de la muy recordada Luz de luna, con Bruce Willis y Cybil Sheperd, o el genial Larry David, co-creador de Seinfeld, han encontrado consuelo, amén de poderosas razones pecuniarias, y acomodo en la televisión, medio que les permite desarrollar su trabajo sin trabas, censuras ni absurdas imposiciones con pretensiones modernistas.
Además de productores, directores y guionistas, la otra pata, los actores de las nuevas series están alcanzando una categoría pareja a la del Gotham de Hollywood, tanto en lo que se refiere a los sueldos astronómicos