La crisis suscita la reflexión crítica sobre el modo de vida que hemos llevado los últimos años y sobre los valores de la sociedad actual. Al final, lleva a muchas personas a plantearse la cuestión del sentido de la vida.
Sin embargo, más que mirar hacia un dios o una religión establecida, el individuo tiende a indagar en su interior y en las pequeñas cosas que le rodean. La crisis no ha suscitado un incremento significativo de fieles en templos de diversas religiones, sino una reflexión introspectiva acerca del porqué de nuestro modo de vida y si nos realiza o hace felices realmente.
Evidentemente, la situación económica actual del mundo civilizado relativiza las cuestiones materiales en beneficio de interrogaciones espirituales. Hay mucha gente que piensa que estamos inundados y casi ahogados por las acciones comerciales: quiero ésto, quiero eso; compre aquí, compre allí. Nunca se ha vivido mejor que en el mundo occidental durante la última década y es habitual escuchar a nuestros mayores decir que tenemos todo lo que necesitamos y más. La dimensión espiritual ha sido olvidada y, hasta cierto punto, denostada porque estábamos demasiado ocupados trabajando, divirtiéndonos, comprando y vendiendo pisos y jugando en Bolsa.
Ante esta situación, vuelve a interesar a mucha gente la meditación, ya que (según sus adeptos) permite vivir “una vida equilibrada y rica de sentido”. Desde el punto de vista racional, también tiene sentido buscar la felicidad al margen del materialismo, ya que muchas personas y familias, objetivamente, están peor económicamente hoy que hace unos pocos años. Este concepto de espiritualidad está relacionado también con el wellbeing (estar bien, estar sano). El auge del wellbeing en los países occidentales no es casualidad. Crecen de manera significativa los establecimientos orientados a cuidar a la persona en todas sus dimensiones, tanto físicas como mentales (spas de wellness, centros de yoga y meditación, etc.).
¿A qué espera para probar la meditación y el yoga?