La globalización tiende a generar un rechazo creciente tanto en las sociedades más avanzadas como en las menos desarrolladas de nuestro planeta y ello obedece a que los agentes próximos al núcleo del poder, es decir, quienes controlan la comunicación y la información en las culturas integradas en el primer mundo, han edificado su desarrollo menospreciando la consistencia de los cuatro pilares del llamado ecosistema social, a saber, la población, el medioambiente, la tecnología y las organizaciones sociales.
En esta primera fase del siglo XXI la gestión de la comunicación no puede ignorar la evolución que está tomando este proceso de globalización deliberadamente sesgado, que explicaría el creciente movimiento de rechazo mundial a esta filosofía de la vida sustentada supuestamente en la igualdad y la prosperidad de todas las organizaciones sociales del mundo, con independencia de las peculiaridades históricas, políticas, socio-económicas y culturales de los pueblos del orbe.
El principal error de la comunicación
Es conocido que el ecosistema social depende en dos cuartas partes de la cultura, tanto por su representación material, o sea la tecnología, como por la inmaterial, es decir, su sistema de valores. Los otros dos componentes interdependientes del ecosistema son la población mundial y el medio ambiente donde se desenvuelve su vida.
El principal error de la comunicación generada por los países del primer mundo deriva de haber interpretado o trasladado a la opinión pública la idea de que la ruptura de las barreras del tiempo y del espacio en la comunicación generaba por sí sola un contexto de globalización, de modo que se daba por válido su desarrollo por el mero desarrollo de uno de los cuatro pilares del ecosistema, la tecnología, o lo que es lo mismo, la faceta material de la cultura, personalizada muchas veces en la ya consabida herramienta world wide web. Una vez universalizada la herramienta que permitía trasladar la información e intercambiar la cultura entre todos los seres humanos, se obviaba que sus efectos desencadenarían el resto de las virtudes asociadas a dicha globalización, es decir la igualdad y la prosperidad de los pueblos sin fronteras. Craso error. Esta concepción de la globalización ignoraba la segunda faceta de la cultura, la no material, la que alude a los sistemas de valores que enriquecen y conforman la diversidad de organizaciones sociales en el mundo.
Preservar el ecosistema social
Una gestión de la comunicación orientada a la aceptación de la globalización debe adoptar como propia la aspiración de preservar el ecosistema social mundial. Del mismo modo que la tecnología por sí sola no es suficiente para alcanzar esta meta, tampoco lo es la creencia de que el cuidado del medio ambiente per se pone fin a las desigualdades sociales.
Para que la población mundial tenga un mejor y más racional acceso a los recursos y disfrute de una rápida adaptación a su entorno, es innegable la necesidad de desarrollar la tecnología, si bien ello debe ir acompañado de una correcta comprensión y de un apoyo a las organizaciones sociales y las estructuras organizativas de cada sociedad, respetando sus sistemas de valores particulares y favoreciendo el crecimiento económico y el desarrollo cultural de las mismas, sin alterar por ello la esencia de su particularidad cultural, incluyendo sus creencias religiosas o los hábitos y costumbres autóctonas.
Si la comunicación traslada esta forma de actuar a las sociedades, no sería utópico sugerir que la propia dinámica del ecosistema social acabaría con muchas de las desigualdades o injusticias que los países avanzados tratan de eliminar por la fuerza desde el exterior de sus fronteras, pues dichas barreras caerían desde el interior de las propias culturas que las padecen. En otras palabras, si la tecnología favorece en teoría el acceso a los recursos y, en consecuencia, también a la expansión cultural, el desenlace conduce inexorablemente a un crecimiento de la población y a su segmentación en formas organizativas más complejas y especializadas, relanzando de ese modo el mejor aprovechamiento de los recursos naturales y así sucesivamente, es decir dando sentido al conocido ecosistema social de un modo natural que emerge de un modo endógeno a cada sociedad, y no por imposición desde las sociedades que controlan el poder, a las culturas del llamado tercer mundo.
Sociedades posindustriales
y materialistas
La aceptación de la filosofía de la globalización está fracasando precisamente en los países avanzados, que son quienes paradójicamente pueden extraer mayor beneficio material de las desigualdades sociales. La explicación es sencilla. Es cómodo ser solidario con las culturas desfavorecidas cuando todas las necesidades que propician un estado de bienestar están holgadamente cubiertas. Así se comprenden las diferencias entre las prioridades que preocupan a las sociedades posmaterialistas y a las materialistas. Las primeros no pasan hambre, eligen su ropa de marca, tienen su manutención, su alojamiento, sus servicios de ocio y disfrute del tiempo libre asegurados y tampoco padecen los horrores de la ausencia de libertad de pensamiento y de libre expresión.
Además, las sociedades posmaterialistas han alcanzado tal nivel de bienestar que ni siquiera el acceso libre a la cultura les cierra la puerta de la construcción de opiniones con cierto fundamento o conocimiento de causa. En tales circunstancias, los individuos de este primer mundo pueden manifestar con fervor su inquietud por otro tipo de cuestiones, como la necesidad de preservar el medio ambiente, dando lugar al demagógico espíritu ecológico.
Por el contrario, las sociedades materialistas del tercer mundo no muestran tanta pasión por el cuidado del medio ambiente, ni por las legalizaciones de colectivos gay o lesbianas, ni por la discriminación positiva a favor de las mujeres, ni por los porcentajes de representación nacional en foros internacionales, ni por las demandas de mayor autonomía en sus comunidades, sin duda porque sus preocupaciones son necesariamente materialistas. Les preocupa si tendrán algo que comer el día de mañana, si tendrán alguna prenda con la que vestirse o si superarán con vida la próxima enfermedad por falta de alimentos.
Las sociedades avanzadas han permitido que, más que nunca, los países del tercer mundo conozcan con una facilidad inusual los placeres que disfruta el mundo occidental.
Nuestra forma de entender la globalización ha estado enfocada a demostrar a los regímenes dictatoriales de sociedades poco avanzadas que no existen límites de comida, vestimenta, placeres, lujo y ocio en nuestro primer mundo. Quizás hemos pretendido sublevar a los pueblos contra sus autoridades (Cuba, Irak, Irán, Venezuela…) bajo la justificación de que carecen de libertad de pensamiento y expresión, y sin embargo, el efecto ha sido opuesto al deseado. En efecto, los seres humanos que carecen de futuro o esperanza en la vida han optado con frecuencia por acudir al asalto de los países desarrollados, pero sin renegar de sus pueblos, de sus autoridades, de sus creencias religiosas, de sus costumbres ni de su cultura.
Comunicación sesgada
Los habitantes de África, Suramérica, sureste asiático o de Europa del Este emigran a Norteamérica, Australia y Europa Occidental buscando aquello de lo que carecen, generando flujos de población que solamente contribuyen a romper el equilibrio del ecosistema social. Es el resultado de una política mundial deliberadamente enfocada a la desigualdad, del mismo modo que la gestión de la comunicación también ha sido inequívocamente sesgada para alimentar la autocomplacencia de quienes disfrutan de las bondades del primer mundo y acallar las conciencias de quienes se auto definen como solidarios, cuando lo cierto es que la mayor parte de la población del primer mundo actúa en muchos casos por miedo al extranjero o por el placer de desempeñar el papel de benefactor un día al mes, eso sí, sin renunciar a su calidad de vida.
En este modo de entender la globalización, tanto los gobiernos de los países desarrollados como sus ciudadanos mantienen una actitud de complicidad, lo que explica también que los medios de comunicación elaboren conjuntamente una agenda de información estructurada acerca de unos pocos minutos de información sobre los desequilibrios que afectan al ecosistema social mundial y grandes dosis de comunicación orientada al ocio y al entretenimiento, fomentando la ignorancia de la población sobre los verdaderos problemas que aquejan al mundo y potenciando los estereotipos de las sociedades desfavorecidas.
Si analizamos en profundidad la gestión de la comunicación en España, observaremos que los actores que controlan la agenda del medio actúan con la opinión pública igual que el primer mundo actúa con el tercer mundo: procurando democratizarlo en la ignorancia cultural e informativa y otorgándole pequeños placeres que le mantengan alejado de la curiosidad por conocer su particular gestión política de la globalización.
Inquietante gestión de la comunicación
La irresponsable gestión del poder conlleva necesariamente una inquietante gestión de la comunicación en los países desarrollados y en España en particular. Así se explica la disminución de nuestro espíritu crítico, la disminución de nuestro instinto creativo y la disminución creciente del consumo de información en la población española. Los sucesivos estudios de opinión pública presentan un rasgo común: los altos porcentajes de no sabe/no contesta en cultura política, económica y general en contraposición a los profundos conocimientos manifestados en el ámbito de la cultura futbolística.
Ni la información sobre los atentados del 11-M, ni las galas solidarias de recaudación de fondos, ni los informativos de televisión, ni los documentales ni la telebasura, el fútbol es el tipo de programa más visto en España año tras año. El fútbol es la primera actividad extraescolar en los colegios. Ser un futbolista famoso es la aspiración declarada por la mayoría de los niños y por sus propios padres. La retransmisión de partidos de fútbol es la principal fuente de ingresos publicitarios y la primera herramienta para obtener los mayores porcentajes de share tanto en televisión como en radio.
España ocupa el puesto número 25 de Europa en el número de ejemplares diarios de periódicos por mil habitantes, por detrás de países como Turquía, Estonia o Hungría. Sin embargo, España ocupa el tercer lugar en el ranquin de minutos consumidos de televisión por habitante y año, superados únicamente por Grecia e Italia, en contraposición a los países escandinavos, que presentan las cifras más elevadas de ejemplares diarios de periódicos por mil habitantes, al tiempo que muestran las exposiciones más bajas ante la caja tonta.
El caso de España
Al valorar la gestión de la comunicación en España, bastaría con preguntarse por qué los informativos de televisión dedican unos minutos a la información política, económica y cultural, otorgando más del cincuenta por ciento del tiempo al fútbol, a otros deportes, a la información meteorológica y a las persecuciones policiales por las calles de las ciudades norteamericanas que proporcionan las agencias de noticias de Estados Unidos.
También cabría preguntarse por qué los informativos de televisión abordan cuestiones relativas al tercer mundo solamente cuando las imágenes presentan inundaciones, catástrofes de la naturaleza o batallas entre soldados y ciudadanos en contextos de pobreza. Semejante representación de la realidad parece algo sospechosa de sesgo.
Es cierto que los países del tercer mundo están más expuestos a los conflictos bélicos, pero no es menos cierto que en muchos de ellos también existe una cotidianeidad donde los habitantes visten con normalidad, acuden a los restaurantes o a pasear, conducen vehículos como los nuestros, escuchan música pop rock tan vanguardista como la occidental, ejercen profesiones de despacho en edificios de alto nivel y, además, saben leer, saben escribir, hablan varios idiomas e incluso van vestidos. Es cierto que su nivel y su calidad de vida dejan mucho que desear, pero tampoco es necesario que se nos oculte que, en dichos países, también existe un día a día corriente que, por supuesto, nunca nos muestran las cámaras de televisión.
¿Por qué será que todos los informativos de radio y televisión escogen y presentan las mismas noticias? ¿Es esta la gestión de la comunicación que debemos esperar en una sociedad que proclama la libertad de expresión y la libre competencia en materia de información? ¿Por qué todas las cadenas de televisión coinciden a la hora de dar paso a los bloques de publicidad? ¿Por qué todas las cadenas acostumbran a hacer coincidir la programación de sus series, de sus películas, de sus informativos y de sus anuncios? ¿Es este el resultado de una correcta gestión de la comunicación en una sociedad posmaterialista que presume de libre?
La globalización de la sociedad mundial y la gestión de la comunicación en la sociedad del siglo XXI padecen en realidad el mismo mal: una aparente democratización de la información que oculta en realidad la creciente desigualdad entre quienes controlan el poder en el primer caso y quienes controlan la información en el segundo. Aunque bien visto, parece obvio que en ambos casos hablamos de los mismos actores.
En síntesis, para analizar el principal error de la globalización, tal como es enfocada desde el poder, no es necesario comparar el primer mundo con el tercer mundo. Es suficiente con analizar España, una sociedad avanzada, y comparar las infranqueables diferencias existentes entre sus individuos dependiendo de su proximidad o lejanía de los núcleos de tomas de decisión, así como su disposición o posibilidad de acceso a las fuentes de información. De ese modo se descubre que los grupos con mayor exposición a la información son los individuos de alta posición social y alto status socioeconómico familiar y de ocupaciones, con edades generalmente comprendidas entre los 30 y los 49 años y residentes en zonas metropolitanas.
Ese grupo de españoles, el más elitista, es el que puede contrastar y desarrollar opiniones con un espíritu más crítico y fundamentado acerca del tratamiento de los temas que son convertidos en noticias por los medios de comunicación. Por el contrario, la clase mayoritaria en España, la clase media, residente en zonas urbanas y rurales, padece unos índices de exposición a la información muy bajos desde hace varios años, inferiores generalmente al nivel de equilibrio.
Este grupo mayoritario ni siquiera tiene conciencia, con frecuencia, de su incapacidad, falta de formación o limitación cultural para contrastar o evaluar la información facilitada por los medios de comunicación con un mínimo espíritu crítico, tendiendo a aceptar las noticias conforme al tono, al sesgo y a la intención que el medio de comunicación expone. Es un grupo que incluye, y eso es lo más grave, a los individuos con edades comprendidas entre los 18 y los 29 años, es decir el grupo de población al que se presuponía, hace unas décadas, un espíritu más trasgresor y crítico hacia cualquier información difundida por los medios.
Creciente rechazo a la globalización
Tanto en las sociedades avanzadas como en las no desarrolladas, el poder siempre se ha ejercido con mayor comodidad ante una sociedad acomodada en la ignorancia. Por eso se explica que la gestión de la comunicación en la sociedad española del siglo XXI se caracterice por la apología del fútbol, por las informaciones asociadas a imágenes espectaculares (inundaciones, persecuciones), por los sucesos, la información meteorológica y la crónica rosa o amarilla, porque son los temas que menos ejercicio mental requieren y, a la vez, resultan entretenidos y son muy democráticos por cuanto todos pueden hablar de los mismos temas.
Sin embargo la información de contenido cultural, político y económico es evitada y limitada a unos pocos minutos al día, porque el poder no tiene interés en que la sociedad ejercite su espíritu crítico, pues ello podría hacer peligrar su posición de dominio.
Así se explica que, en pleno comienzo del siglo XXI, la herramienta tecnológica con un mayor potencial para favorecer la globalización sea empleada mayoritariamente para jugar, para acceder a contenidos de sexo, ocio y entretenimiento, mientras que las páginas especializadas en análisis en profundidad sobre las cuestiones políticas y socioeconómicas caen en el olvido.
De este modo podría explicarse la hipótesis sugerida según la cual el rechazo creciente a la globalización es la consecuencia natural de una sociedad que, desde su humilde limitación cultural, toma conciencia poco a poco de que la gestión de la comunicación está dirigida desde el poder y está orientada a aumentar las diferencias entre quienes están más próximos a dicho poder y quienes se encuentran más alejados del mismo.
(*) Javier Díez Medrano es doctor en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y director general de J.D. Comunicación.