Cuando en 1971 Klaus Schwab fundó desde su cátedra universitaria de Ginebra el Foro Económico Mundial, que cada año reúne, en la estación de esquí suiza de Davos, a las instituciones y directivos más poderosos del planeta, nunca pudo imaginar cómo la tecnología lo iba a cambiar todo.
En las primeras semanas de este año, coincidiendo con una nueva edición del Foro de Davos, se ha escuchado afirmar al alemán Schwab que estamos a punto de ser arrastrados por un tsunami tecnológico que cambiará el mundo en el que vivimos de forma que aún no podemos ni imaginar. La cuarta revolución industrial será la de las fábricas inteligentes y tomará el relevo de la primera revolución del siglo XIX con la máquina de vapor, de la segunda con la producción masiva y de la tercera con la incorporación de los ordenadores. Esta industria 4.0 es la de una nueva economía de máquinas inteligentes. En opinión del viejo profesor alemán, como rezan las crónicas de los debates de estos días, en los próximos diez años vamos a ser testigos de transformaciones más profundas que las experimentadas en todo un siglo. La tecnología va a cambiar radicalmente la forma en la que hacemos negocios, compramos y producimos, pero también cómo nos relacionamos, accedemos a la información e influimos en la sociedad. Todos estos avances científicos suponen una excelente oportunidad para la creación de nuevas empresas que solucionen problemas de nuestro mundo.
El filtro por el cual ese potencial de avances tecnológicos se materializará en realidades son los emprendedores. Nunca antes en la historia las ideas de los emprendedores han sido capaces de ponerse en marcha de un modo tan rápido y sencillo. Estos innovadores atraen fondos y talento de todo el mundo y pueden conseguir un mundo mejor con sus disrupciones.
También en estos días ha visitado Madrid, invitado por la Fundación Everis, David Roberts, antiguo militar y banquero; hoy profesor, emprendedor y filántropo. Con un mensaje optimista, Roberts encara los negros augurios sobre la economía mundial, afirmando que se crearán muchas nuevas profesiones para reemplazar a las que van a destruirse, en campos como la energía, el medioambiente, la inteligencia artificial, la bioinformática, la biología sintética… Roberts es también vicepresidente de la universidad fundada por Google y la NASA con sede en Silicon Valley. La Singularity University toma su nombre del término científico “singularidad”. En el análisis matemático se usa para aludir a ciertas funciones que presentan comportamientos inesperados cuando se le asignan determinados valores a las variables independientes. La singularidad tecnológica se da en un hipotético punto a partir del cual una civilización sufre una aceleración del progreso técnico que provocaría la incapacidad de predecir sus consecuencias.
En España también vivimos tiempos de singularidad. En nuestro entorno pasan cosas inesperadas, y la incertidumbre se ha instalado en nuestras vidas. Pero como nos recuerdan desde Davos, Suiza y desde Silicon Valley, Estados Unidos, estamos en un momento inédito en el que lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no acaba de morir. Por primera vez en la historia para protagonizar la revolución que viene, ya no hace falta estar en un lugar determinado del mundo o pertenecer a un grupo social, es posible formar parte de esa vanguardia para todos gracias a la tecnología. Una reciente investigación de la Universidad de Deusto ha estudiado la generación Z, llamada así porque va detrás de la generación Y ―los millennials― que a su vez fueron precedidos por la conocida como la generación perdida, la X.
Los Z están saliendo de la universidad en este momento, nacidos entre mediados de los noventa y la primera década del nuevo siglo, son la cohorte de edad con mayores posibilidades de informarse y de transmitir información, de desarrollar proyectos de toda índole gracias a su conectividad global, de expresar su creatividad y de colaborar en proyectos sin que las distancias supongan una barrera.
Y es en el tratamiento de la información en lo que encontramos una de las mayores diferencias intergeneracionales. La generación Z no ha sido entrenada para reconocer el principio de autoridad de los emisores de información. Han crecido en un entorno igualitario en el que todo tipo de voces discordantes tienen igual altavoz. Dan igual jerarquía a todos los emisores. Y a la vez, entienden la información como algo modificable y fusionable, y no conocen límites a la hora de transmitir información de forma masiva.
En definitiva, estamos ante una generación que, con las oportunidades adecuadas, está en disposición de mejorar el mundo y sacar lo mejor del imparable desarrollo tecnológico. Están más preparados para trabajar globalmente en equipo, para aportar y trabajar en entornos diversos, para innovar desde su propia experiencia. Son tolerantes y más éticos y generosos por naturaleza, más abiertos a compartir el conocimiento y defensores del acceso generalizado a la información. Son conscientes de que deberán estar aprendiendo toda su vida, y de que es posible aprender de todo y de todos. El mundo, muy pronto, estará en sus manos y lo van a revolucionar. Esta nueva época, con ellos, abre inmensas posibilidades para conseguir un mundo mejor donde el ser humano vuelva a ser el centro de atención de la acción de los gobiernos y las empresas.
Iñaki Ortega, doctor en Economía y director de la Deusto Business School en Madrid.