La tecnología, que en principio estaba diseñada para que estuviéramos más conectados a otras personas, lo que consigue en muchos casos es aislarnos.
Ahora piensen en la siguiente escena: cumpleaños familiar, la persona que cumple años está a punto de soplar las velas y, justo en ese momento, alguien le pide que espere un minuto, que tiene que coger su smartphone para grabar el instante.
Ya no vivimos el momento, lo grabamos. La tecnología se puede convertir en una barrera entre nosotros y los demás, y aplaza la alegría del presente. Cada vez más vivimos los momentos a través de las pantallas de nuestros teléfonos móviles.
Este tipo de comportamientos ha provocado una reflexión en la sociedad acerca de los posibles efectos negativos de una vida ultra-conectada. Además de las consecuencias a nivel físico de las ondas electro-magnéticas, existen voces críticas que opinan que Internet podría tener un efecto negativos sobre nuestras capacidades cognitivas (sobre todo la perdida de poder de concentración).
Cada vez más gente (¿es su caso?) tiene la sensación de estar permanentemente distraída y, por tanto, de no vivir su vida real. Estas personas están continuamente planificando el futuro o reviviendo el pasado. La respuesta de muchos es la necesidad de desconexión.
Esta desconexión tiene dos objetivos principales. En primer lugar, volver a vivir el presente y retomar el control sobre la vida de uno. Y, en segundo lugar, ganar en términos de bienestar y de creatividad. Algunos pensadores afirman que es imposible ser creativo sin momentos de “no hacer nada” para ayudar a nuestro cerebro a asentar las ideas y desarrollar la imaginación.
Le sugiero que la próxima vez que quede con un amigo desconecte su iPhone.
Norman Kurtis es director general de Ipsos España.