Lo recordarán: el célebre atraco (dramatizado en clave de entremés cañí y surrealista) se desarrollaba en un Madrid veraniego… y electoral. ¡Qué casualidad! Me fijé especialmente en este detalle: los muros de este barrio tan castizo y popular, que nunca deja de ser villa y de tener su leyenda y su lenguaje propio, eran un collage de los partidos de la época. Cualquier tiro de cámara en la plaza donde doña Justa vendía tabaco y timbres sacaba, de fondo, las caras multiplicadas de Carrillo, Fraga o Adolfo Suárez. Aquellos años, la política pintaba con entusiasmo nuestros edificios de candidatos, siglas y eslóganes.
En cierta manera, aquellos muros eran el Instagram de la época. Porque Instagram, Twitter o TikTok son eso en esencia: un muro digital. Y si hasta hace años –no tantos- el comienzo de la campaña se solemnizaba con la tradicional “pegada” de carteles, que iniciaba el candidato y continuaban, cubo y fregona en mano, unos entusiastas militantes del partido de turno dispuestos a encolar nuestras calles y nuestras mentes, ahora el pistoletazo se produce en forma de lanzamiento digital. Las ciudades están más limpias, aburridamente apolíticas, salvo por las célebres y civilizadas banderolas que instala una empresa, pero nuestras conciencias, tal vez, no estén menos agitadas o interesadas por las elecciones, expuestas como están a la guerra de las redes sociales que propagan una incesante lluvia mensajes virales. Estos mensajes, además, se filtran inteligentemente por las tuberías del big data hasta impactar selectivamente en unos perfiles que ya no componen una masa amorfa y desconocida, sino un público dinámico y segmentado.
A diferencia de ese ayer eterno en el que pegábamos unos carteles encima de otros para una ciudadanía genérica, hoy se busca al votante al que se quiere llegar para contarle lo que le interesa: una propuesta de salud, de pensiones, de seguridad o de impuestos. También recibimos (y enviamos) memes, esas cápsulas de microhumor que expresan ideas como afilados zascas. El microtargeting es una técnica que, bien utilizada, y por supuesto, siempre dentro de un escrupuloso respeto a la privacidad y la protección de datos, puede canalizar mejor la información política hacia sus consumidores. Estamos en tiempos de smart politics, de la misma forma que en marketing conocemos el retargeting y otras técnicas de hipersegmentación que optimizan la inversión, el esfuerzo y refinan la difícil tarea de captar la atención en un entorno de múltiples estímulos. En Sigma Dos, gracias a la tecnología cruzada de la demoscopia y de nuestra minería de datos, hemos desarrollado metodologías propias para mejorar campañas de cualquier tipo (no solo políticas). Si conocemos mejor a nuestro público, podemos llegar mejor a él. Y, créanme, se nota.
Guerra semiótica
Me acabo de dar cuenta de que voy a contradecirme en algo: nuestras ciudades han vuelto a ser escenario donde se libra la guerra semiótica de la campaña electoral. Algunos partidos, e incluso iniciativas ciudadanas o plataformas, han abierto un nuevo tipo de “guerrilla” a través de las inmensas lonas que se descuelgan desde las azoteas de algunos edificios, sobre todo en el centro de Madrid. Pero seamos realistas: esas lonas tienen su razón de ser en lo digital. No existirían ni nadie las financiaría si no se tuviera la seguridad de que se iban a convertir rápidamente en evento, en acción noticiable, en mensaje viral. Ahí vemos otro efecto interesante de nuestros tiempos: la coexistencia entre el urbanismo físico y el virtual; el salto de una idea a lo físico, y de lo físico, a los teléfonos móviles. Las lonas se han consumido en la pantalla.
Algunos partidos, e incluso iniciativas ciudadanas o plataformas, han abierto un nuevo tipo de “guerrilla” a través de las inmensas lonas que se descuelgan desde las azoteas de algunos edificios, sobre todo en el centro de Madrid
Para las empresas de investigación de la opinión pública y de consultoría de comunicación, este paisaje es fascinante y a la vez plantea un reto. Nos lleva a una necesidad constante de aunar análisis de datos, capacidad estratégica y creatividad. Equipos diversos y polivalentes capaces de comprender bien el contexto, de bucear en sus números y de ofrecer soluciones eficaces y rápidas. En este ecosistema, la tecnología es vital: son nuestra maquinaria bélica. Pero sin un know how profesional que sepa sacar el máximo partido a estas nuevas herramientas, estas servirían de poco. No podemos olvidar que, detrás de un teléfono móvil, o de un dato, hay siempre una persona que va a tomar una decisión. Y la sociedad es esa suma analizable, pero irreductible, de personas, de conciencias libres, de ciudadanos y ciudadanas autónomas. Han pasado más de 30 años desde La Estanquera de Vallecas y este barrio ya no vive las campañas empapeladas, porque sus vecinos -incluyendo a las estanqueras- se informan por el smartphone. Más de tres décadas de aquella España ahora nos parece extremadamente callejera, analógica y hasta ingenua comparada con el país de hoy que, como el resto del mundo, se asoma a las maravillas de la Inteligencia Artificial. Pero también en aquellos tiempos descifrar la opinión, ayudar a comunicar y comprender los efectos también era un desafío.