Viajaba en el Ave después de una maravillosa experiencia en Barcelona con la Escola Elisava (¡gracias Beatriz, Thais, Jordi por vuestra acogida!), cuando me encontré reflejado en un anuncio.
Descansaba después de impartir una conferencia en un cómodo sillón. Mi brazo derecho se apoyaba en el reposabrazos, el izquierdo pasaba perezosamente las páginas del periódico en los ratos que no perdía la mirada por la ventanilla.
Pero no era yo. Era Mijail Gorbachov. Y el anuncio de Louis Vuitton.
En un primer momento creí que la similitud de la situación era lo que había llamado la atención; después, que había sido la diminutez de la tipografía empleada (posiblemente tipo Futura, cuerpos seis y cuatro) en el texto.
Finalmente, el periódico se quedó en el cestillo del asiento al abandonar el tren. Olvidado. O así lo creí.
Han pasado 10 días y el recuerdo del anuncio aparecía en mi mente como un Guadiana inquisitivo. ¿Por qué me ha llamado tanto la atención? ¿La similitud de la situación, salvando las distancias, de Mijail Gorbachov con la mía?
La imagen era demasiado evidente, ocupaba más del 60% del formato. Además, la publicidad es un reflejo, por tanto coincidente en más de una situación vivida por un consumidor, no debería influirme tanto. Y tampoco soy fan de Louis Vuitton.
Volví a ver el anuncio ocho días después. Descubrí que el motivo de mi fijación con el anuncio procedía del cero y pico por ciento del anuncio, en negrita: ¿Viajamos para descubrir el mundo o para cambiarlo?
El anuncio tenía el formato de robapáginas (si hubiera sido de página, posiblemente me lo hubiera saltado), estaba estratégicamente posicionado en la sección internacional, página 5. Diseño sencillo y eficaz. Foto con textura de reportaje.
¿Eran sólo ocho palabras las que habían provocado mi atención? No: el contenido del mensaje.
No creo que un bolso de viaje, o el baúl de la Piquer, cambien el mundo.
Pero pocas veces se dice tanto de una marca en tan poco espacio.
(*) EduarDo Oejo es asesor de Comunicación Visual
oejovisual@yahoo.es