En un libro de los años 60 que revolucionó la lingüística, y titulado «¿Cómo hacer cosas con palabras?», el filósofo J. L. Austin demostró que algunas expresiones de nuestra lengua cotidiana no solo describen o enuncian ideas. También hacen cosas, producen efectos, nos transforman. Prometer, disculparse, condenar, perdonar, comprometerse, apostar, o decir “te quiero”, no son enunciados o verbos descriptivos, sino performativos: verbos que, en sí mismos, constituyen acciones. Felicitar la Navidad formaría parte de estos usos performativos del idioma. Decir “feliz Navidad” es hacer algo.
¿Qué tipo de acción ejecutamos al felicitar la Navidad? Aquí se abre una plétora de posibilidades, todas válidas: primero, nos afirmamos dentro de una tradición que nos encuadra en un horizonte de sentido (laico o religioso, según la persona). Más allá de las creencias de cada cual, las tradiciones son diálogos intergeneracionales, testigos que transitan por las épocas para preservar la continuidad social y cultural. Pero, además, felicitar la Navidad equivale a ofrecernos un tributo, un regalo: de alguna forma, nos regalamos el mantenimiento de un vínculo familiar, amistoso o vecinal basado -según el grado de cercanía- en la expresión del respeto, el afecto, el reconocimiento mutuo, el perdón si se necesita y, sobre todo, el compromiso de mantener ese vínculo en el tiempo venidero.
Miles de años después, seguimos eligiendo la carne para celebrar nuestras festividades más señaladas
Podríamos seguir interpretando las expresiones navideñas y no acabaríamos nunca. Las palabras son tan infinitas como sus usos y, además, no son la única manera de festejar esa epifanía colectiva. La comida es una de las formas ritualizadas de compartir la felicidad. La Navidad no solo se felicita, se dice, se canta. También se come. La antropología ha descrito con detalle cómo algunas comidas tienen un alto contenido simbólico. El famoso antropólogo estadounidense Marvin Harris, en su libro Bueno para comer, sostiene que la comida debe alimentar la mente colectiva antes de poder pasar a un estómago vacío. Su obra es un exhaustivo viaje por los hábitos y costumbres de muchas tribus y poblaciones para llegar a la conclusión de que el producto principal de su alimentación es la carne. El paso de una sociedad de cazadores y recolectores a una agrícola convirtió a la carne en un alimento preciado por su difícil acceso y por su alto contenido proteico, y esto la situó como el plato preferido para los días especiales. Simboliza, más que ningún otro, abundancia, placer, salud. El caso es que, miles de años después, seguimos eligiendo la carne para celebrar nuestras festividades más señaladas.
La mesa navideña
Muchos españoles coinciden con estas premisas -aunque no hayan leído la apasionante obra de Marvis. En el último estudio de Sigma Dos para Provacuno, presentado en el mercado de Antón Martín por su director general, Javier López, y que contó con la intervención de la directora general de Comercio, Hostelería y Consumo del Ayuntamiento de Madrid, Concepción Díaz de Villegas Soláns, se pone de manifiesto que un abrumador 89,9% de los españoles tiene una imagen positiva de la carne de vacuno, apreciándola por su sabor, valor nutricional y aporte proteico. Además, el 88,2% considera que la carne de vacuno es fundamental en la gastronomía tradicional española y el 75,9% la asocia con la cocina mediterránea. Junto a ello, la carne de vacuno no solo es valorada en platos tradicionales, sino también en la cocina moderna, con un 71,8% de los encuestados destacando su importancia. Esta versatilidad se refleja en la amplia variedad de cortes disponibles, que permite una gran diversidad gastronómica y opciones amplias para todos los bolsillos (el maestro carnicero José Luis Rodríguez amenizó la presentación del estudio con una demostración de las distintas formas de cortar la carne).
Relacionándolo con el tema del artículo, y a pesar de que solemos asociar la Navidad con consumo de otros alimentos (marisco, cordero o el imprescindible turrón), los españoles tienen motivos para añadir ternera a su mesa navideña. En un contexto de preocupación por la inflación, el 61,8% de los españoles considera que la carne de vacuno es el alimento que menos sube de precio en Navidad. Esta percepción se refuerza con la idea de que la carne de vacuno genera menos desperdicios en comparación con otros alimentos. Así que elegir el vacuno para Nochebuena, el día de Navidad o Nochevieja no solo es placentero, apropiado culturalmente o bueno para la dieta, sino adecuado para la economía que es, en origen, la ciencia que estudia la administración de la casa, la gestión diaria de lo doméstico.
La cena más esperada del año, esa que nos reúne alrededor de una mesa, tiene la virtud de sincronizar a toda una sociedad que el resto del año vive dispersa en sus quehaceres. Sirve para reafirmar los vínculos. Alrededor de la mesa se habla, se bromea, se canta y se intercambian expresiones ritualizadas -religiosas o no-, pero impregnadas de significaciones culturales y afectivas aceptadas y deseadas por todos. Pero, sobre todo, se come. Nos comemos la Navidad y, al hacerlo, la felicitamos. Así que, sea: ¡Feliz Navidad y próspero 2024!