Para dejar las cosas claras desde el principio, me gustaría decir que soy ex usuario del invento, algo de lo que cada día estoy más satisfecho. Cuando alguien me comenta, que le van a dar el aparatito del demonio y le digo que no se le ocurra caer en manos de semejante déspota, la reacción es siempre la misma: ¿pero no es cómoda?, ¿no te permite acceder a los correos desde cualquier sito?, ¿no tienes todos tus contactos? Efectivamente, permite todo eso y mucho más. Repasemos:
1. El primer acercamiento al maquinillo del demonio pone de manifiesto algo que ya sabes: que tu presbicia avanza a galope tendido y que no ves ni castaña. Tanto las teclas como el tamaño de letra de la pantalla se han diseñado para aquellos que mantienen unas prestaciones visuales muy por encima de la media de los mayores de 40 ó 45 años. Eso es especialmente incómodo cuando te has dejado las gafas en casa, tienes que hacer una llamada y debes introducir una o varias contraseñas para llamar al fulano que te ha dejado un mensaje.
2. Has recibido un mail que anuncia tormenta y toda la información se halla en un archivo adjunto. Bienvenido a la frustración, neurosis y desesperación. El 90% de los documentos adjuntos permanecerán, sine díe, en el limbo de un extraño servidor de correo que no es capaz de enviártelo. Hala, vete a buscar una buena conexión de Internet para bajar el puñetero archivo y ver la realidad de tu situación.
3. Es muy seguro, nadie puede acceder a tus mails sin la contraseña. Esto es verdad, pero también es verdad que la contraseña caduca, que nunca pilla los cambios a la primera, y que, en virtud de no sé qué extraño capricho, de vez en cuando hay que teclear la palabra blackberry para continuar. Debe ser que no quiere que olvidemos el nombre del enemigo.
4. La sincronización con tu PC es maravillosa, hasta que te das cuenta de que el satélite no ha pillado la idea: te sigue marcando como no leídos los mails que ya has trabajado, digerido y contestado desde tu PC. De esta forma, cuando sales de la oficina y recibes un mail nuevo, tienes que darle al botoncito como un poseso hasta encontrarlo, tarea especialmente relajante si, como hemos visto en el punto primero, te has dejado las gafas en su paradero habitual.
Conclusión basada en mi propia experiencia: una vez reventados dos fines de semana en los que tuve que dar la vuelta y conectarme a Internet desde mi casa, cuando los planes de la familia, por alguna extraña razón incomprensible, eran muy distintos al disfrute de esa actividad, me di cuenta de que lo que yo necesitaba era un sencillo, práctico y amable teléfono móvil. Los mails son trabajo, y trabajo serio, en el que es necesario la adecuada reflexión y análisis de los contenidos. Ahora recibo llamadas, me cuentan que me mandarán un mail y, cuando estoy en el ambiente adecuado, trabajo esa información de forma completa.
Mi consejo personal es sencillo: si no quieres convertirte en una especie de infosiervo cercano a la desesperación neurótica y al ataque de ansiedad, ni te acerques a ese espacio, parecido a un agujero negro, en el que tu libertad desaparece y tu eficacia se diluye tras largos años de cuidados y fomentos. Haz como yo: “¿Blackberry?, No gracias.”