“La IA prospera cuando la necesidad de originalidad es baja y la demanda de mediocridad es alta”. Este es el resumen del artículo más interesante que he leído últimamente sobre la IA. Lo publicó la revista Time y se titula “AI and the Rise of Mediocrity”.
Nos hemos cansado de decir que la IA no inventa, que mezcla lo existente, que sobre esa base no sustituye la mente humana, sino que la complementa. Pero ese enfoque es claramente superficial: por un lado, porque no sabemos cuál será a muy corto plazo su capacidad de creación e invención; y por otro, para mí el más importante, porque ¿qué más da que no invente ni cree si vivimos en un siglo que niega el valor de la creación original? Esto puede sonar como una sentencia muy radical, pero tampoco es algo que diga yo. Según distintos expertos, este siglo es el menos creativo de la historia desde la invención de la imprenta.
El siglo de los remakes
El motor económico prioriza la eficiencia sobre la innovación; el algoritmo dicta lo aceptable y lo correcto. Estamos en el siglo de los remakes, y obviamente esto no es casualidad. En ese escenario, la IA no compite con lo humano: la IA nos gana por goleada, porque precisamente lo que sí es, es una experta en adaptar y replicar.
Dicen que la historia se repite, que la mecanización industrial redujo al artesano a un operario, y que hoy la mecanización mental amenaza al creador. Mi punto de vista es que esa amenaza ya era una realidad: el creativo en muchas disciplinas —y sobre todo en publicidad— ya estaba relegado al rol de operario, porque lo que se nos pedía en muchas ocasiones era ejecutar técnicamente lo que la marca solicitaba. Lo que hemos llamado “servicio al cliente”, que viene a ser: haz lo que te pido. De nuevo, en ese contexto, la IA gana la partida.
“La IA es lo que llevábamos como sociedad tanto tiempo buscando: alguien que piense por nosotros. Ok, pues ya lo hemos conseguido”
Pero, aunque no lo parezca por el inicio de este artículo, soy optimista con lo que va a traer la IA para la creatividad. La IA es lo que llevábamos como sociedad tanto tiempo buscando: alguien que piense por nosotros. Ok, pues ya lo hemos conseguido. Ahora lo vamos a usar todos como locos, haremos mil seminarios y ponencias, la IA first será el tema de moda, veremos cómo la publicidad hecha por IA domina la comunicación de la mayoría de marcas. Y conseguiremos el objetivo: todo será igualmente “perfecto” o, mejor dicho, igualmente aburrido. Y el ojo —que sigue siendo humano— se cansará. Lo verá todo igual y buscará, ya lo está haciendo de hecho, la originalidad y la diferencia: la rareza, la visión crítica, la experiencia de quienes, ya por edad, nos hemos enfrentado a tener que usar la creatividad para resolver problemas sin poder preguntarle previamente a la IA si nuestra idea le parecía buena. (Ojo: un tema importante que estamos dejando de lado es lo complaciente y mentirosa que es la IA, programada para decirte que todo lo que piensas es genial y para darte una respuesta a cualquier consulta, aunque no la tenga, y por tanto inventársela sin ningún prejuicio).
“Y el ojo —que sigue siendo humano— se cansará. Lo verá todo igual y buscará, ya lo está haciendo de hecho, la originalidad y la diferencia”
Creo que este ciclo pasará más rápido —y generando menos pérdida de valor humano y creativo para la sociedad— si nos paramos un segundo a pensar que el peligro no es la IA (yo la uso obviamente y me parece súper útil), sino el anhelo por la perfección y el error cero que nos ha llevado a comportarnos nosotros mismos como una IA. Una IA menos eficiente que ella, porque ella sí está programada. Nosotros, todavía no.