Durante años, muchas de las personas más valiosas de nuestra profesión fueron aquellas que sabían detener el tiempo. En mitad del caos, ponían pausa. No necesitaban levantar la voz ni ocupar el centro de la escena. Bastaba con una mirada serena, un gesto discreto, una experiencia que ordenaba sin necesidad de imponer. Su presencia sostenía. Su sola manera de estar marcaba una diferencia. Y, sin embargo, no siempre lo notábamos… hasta que un día, simplemente, dejaron de estar.
Muchas de estas personas ya no están. No hubo una despedida oficial. Nadie escribió una nota de agradecimiento. Nadie las despidió con honores. Simplemente, un día dejaron de contar con ellas. Primero fue una cuenta que se asignó a un equipo más “fresco”. Después, reuniones a las que ya no se las convocó. De pronto, su silla quedó vacía, y a nadie pareció importarle.
Personas que han sido referentes del sector, constructoras de marcas, líderes de equipos y confidentes de clientes durante décadas, hoy están fuera del sistema. Ignoradas
No es un caso aislado. Es una ausencia que se ha vuelto habitual en agencias, anunciantes y en nuestra cultura. A partir de los 50, muchas personas con experiencia empiezan a desaparecer. Lo más doloroso no es que se las expulse, sino que se las deja de ver. Se vuelven invisibles, como si ya no tuvieran nada que aportar, como si su experiencia no contara en un mundo obsesionado con lo nuevo.
Una generosidad silenciosa
Cuando empecé en este sector, hace más de 30 años, quienes superaban los 50 eran los pilares. Eran los faros que nos guiaban. No solo por lo que sabían, sino por cómo lo sabían. Con una humildad sincera, con una templanza adquirida a base de derrotas, y con una generosidad silenciosa que nos enseñaba a mirar mejor, más profundo, más lejos.
Hoy, en las reuniones de estrategia hablamos de diversidad, de romper sesgos, de construir equipos con miradas plurales. Pero ¿qué pluralidad es esa si todos los equipos tienen la misma edad, los mismos referentes, el mismo miedo a quedarse atrás? ¿Qué industria estamos creando si nadie quiere llegar a los 50 trabajando en una agencia?
Porque hay aprendizajes que no se enseñan en ninguna escuela. No se adquieren en másters ni en tutoriales de Youtube. Se aprenden a fuego lento, en la cocina real del oficio: con clientes difíciles, ideas que no salen, noches sin dormir y mañanas en las que toca volver a empezar desde cero. Se aprenden aceptando los “no” con dignidad y celebrando los “sí” sin vanidad. Sabiendo que lo importante no siempre es lo urgente, y que una buena idea no se fuerza: se cuida, como se cuida una relación. Con presencia, con tiempo, con afecto.
Y, sin embargo, mientras decimos valorar todo eso, lo dejamos desaparecer sin hacer ruido. Personas que han sido referentes del sector, constructoras de marcas, líderes de equipos y confidentes de clientes durante décadas, hoy están fuera del sistema. Ignoradas. Tres de ellas han sido amigas y exclientas de Watson. Grandes profesionales que nos acompañaron en decisiones importantes, que lideraron con inteligencia, con valentía y con generosidad.
A menudo se piensa que dejar marchar a alguien con décadas de experiencia es un ahorro. Pero lo que parece una reducción de costes es, en realidad, una inversión perdida. Porque su valor no está solo en lo que hacen, sino en todo lo que hacen posible: relaciones sólidas con clientes, confianza en los equipos, capacidad para anticipar problemas y convertirlos en oportunidades. Sustituir esa sabiduría cuesta mucho más que mantenerla. El ahorro, a veces, puede salir muy caro.
Una agencia sana es aquella en la que conviven quienes llegan con hambre de comerse el mundo y quienes ya aprendieron a digerirlo
Quizá haya llegado el momento de mirar de frente a esta contradicción. De preguntarnos de verdad qué entendemos por talento. Y de volver a abrir la puerta a quienes aún tienen tanto que aportar. No desde la nostalgia, sino desde la convicción de que una agencia sana es aquella en la que conviven quienes llegan con hambre de comerse el mundo y quienes ya aprendieron a digerirlo.
En Watson, el 30 % del equipo supera los 50 años. Y no solo estamos orgullosos de ello: estamos convencidos. Porque cada una de esas personas nos ayuda a mirar más profundo, a conectar lo urgente con lo importante, a distinguir entre el ruido y lo esencial. Nos enseñan que pensar también es resistir. Y que crear con verdad necesita memoria.
La creatividad no tiene edad. Pero sí tiene raíces. Y las nuestras están vivas, porque aún siguen creciendo, juntas. Quienes tanto dieron, no deberían esperar a ser recordados. Deberían seguir presentes.