Tal vez sea porque son términos adoptados de otra lengua o porque hasta hace bien poco el branding tenía nula presencia en las escuelas de negocios.
Construyendo una clara analogía con el título, diré que el amor es al branding lo que el marketing al sexo. Pueden convivir pero cada uno desempeña un rol diferente.
Igual que el amor, el branding erige relaciones a largo plazo. Permite definir y potenciar atributos, valores y diferencias, es un generador de confianza, establece las bases para que exista un diálogo relevante entre las dos partes. Sin duda, tiene un elevado componente estratégico que está en la misma base de la construcción de una marca. Igual que se consolida la unión de una familia, el branding consigue generar sentido de pertenencia.
Por otro lado, hay que tener claro que marketing no viene de marca, sino de mercado, por tanto es acerca del negocio. Obedece a ofrecer productos/servicios que satisfacen una demanda actual. Al igual que el sexo persigue resultados inmediatos. A él se asocia cualquier técnica de venta (publicidad, promoción…) del mismo modo que la utilizaría cualquiera que busque el premio del sexo en una noche de fiesta.
En la construcción de una marca sólida, estrategia de negocio y estrategia de marca deben estar alineadas. De modo que no tiene sentido generar ningún enfrentamiento entre ambas, las dos son necesarias y complementarias. Pero es preciso tener claro cuál es el objetivo para identificar si nos conviene el amor o el sexo.