La coyuntura económica actual ha llevado a muchos países a dedicar recursos a potenciar la innovación para mejorar la competitividad de su tejido empresarial, crear puestos de trabajo y estimular la exportación de productos y servicios. El diseño juega un papel primordial en este proceso, de ahí, que las regiones que actualmente apuestan por este sector tienen muchas probabilidades de salir de esta crisis en mejores condiciones que el resto.
Mientras los países emergentes afrontan la situación con muchos más argumentos y obtienen previsiones esperanzadoras del FMI, otros países apuntan hacia una recuperación de largo recorrido, débil e irregular. Las regiones de tradición industrial – entre las cuales se encuentra España– no pueden competir con las economías emergentes en cuanto al coste de la mano de obra, algo que nos obliga a aumentar nuestra productividad a través de la innovación y a recuperar el músculo de un tejido industrial sensiblemente castigado durante la última década.
Europa es consciente de esta realidad y parece que empieza a ponerse las pilas en su apuesta por el diseño como una de las medidas de futuro para poner en valor su background creativo y potenciar el diseño entre sus empresas. En 2010 la Comisión Europea (CE) presentaba la nueva Política de Innovación para Europa, la Innovation Union, una iniciativa insignia de la estrategia Europa 2020 que, por primera vez, contempla el diseño como una de las fuerzas motoras de la innovación y como actividad fundamental para llevar las ideas al mercado con éxito.
Pues bien, según la CE, cumplir el objetivo contemplado en la estrategia Europa 2020 de aumentar la inversión en I+D+I hasta un 3% del PIB, podría generar 3,7 millones de puestos de trabajo e incrementar el PIB anual en hasta 795.000 millones de euros para el año 2025. La nueva estrategia comunitaria, así como los estudios que respaldan este nuevo rumbo tomado por la CE, nos da una pista de lo que debe hacer España para acortar los plazos de la ansiada recuperación económica.
En este contexto, una de las demandas que debemos atender con mayor premura es la protección de la creatividad; si queremos evitar los casos de counterfeiting –o falsificaciones– a los que se enfrentan las empresas innovadoras, es imprescindible contar con una legislación apropiada y con mecanismos que aseguren la protección de la propiedad intelectual europea frente a países extracomunitarios. Si no protegemos el diseño, matamos la innovación.
Centrándonos en España, es importante destacar que todavía disponemos de un potente tejido industrial, condición indispensable para explotar la capacidad productora e innovadora de nuestras empresas. Contamos, además, con varios ejemplos que demuestran que se puede compaginar la excelencia en innovación y mantener la producción –o parte de ella– en nuestro país; Lékué, Roca o Figueras, así como otros casos de éxito como Cricursa o Sellex, galardonadas en la última edición de los Premios Nacionales de Diseño, son sólo algunos ejemplos de empresas que diseñan y fabrican en nuestro país, compitiendo en el mercado global con un éxito contrastado.
Esta realidad viene refrendada por estudios como “El impacto económico del diseño en las empresas catalanas”, del Observatorio Diseño y Empresa de BCD, según el cual el 68% de las empresas aseguran que la inversión en diseño les ayuda a abrir nuevos mercados, un dato más que sitúa al diseño como un aliado imprescindible de nuestras empresas.
Éste es, precisamente, uno de los objetivos de BEDA y BCD, que trabajan para convertir el diseño en elemento de transformación y dinamización empresarial, contribuyendo así a una mayor competitividad y al fortalecimiento de la economía europea. Sin duda, hoy en día ninguna región o país europeo puede permitirse vivir de espaldas al diseño y a lo que éste puede aportar a la economía y a la sociedad. Necesitamos invertir en lo que nos puede hacer más fuertes y priorizar el diseño en la agenda política con el objetivo de propiciar el salto cualitativo que necesita nuestro tejido empresarial.
(*) Isabel Roig i Llorca es vicepresidenta de BEDA (The Bureau of European Design Associations) y directora general de BCD (Barcelona Centro de Diseño).