Si pensamos en tecnologías disruptivas que han modificado a la humanidad quizá la primera que nos venga a la cabeza sea la imprenta de tipos móviles desarrollada por Gutemberg y que permitió la popularización de la escritura hasta entonces patrimonio de una pequeña élite.
Sin embargo, hasta 400 años después (con el lanzamiento del primer periódico de divulgación masiva) no podría decirse que las ventajas de la imprenta fueron disfrutadas por una mayoría de la sociedad. Una difusión bastante lenta…
Otros inventos con los que sin hoy nos resultaría casi imposible vivir son el teléfono y el automóvil. Ambos tardaron alrededor de 80 años en alcanzar un punto de saturación.
Cifras similares ofrecen otros inventos y descubrimientos como la radio, el microondas o la electricidad.
Sin embargo, dos tecnologías recientemente han pulverizado dichas cifras, logrando una difusión masiva en tiempo récord: el teléfono móvil e Internet, ciencia ficción hace poco más que un par de décadas y algo de lo que no podemos prescindir ni en el trabajo ni en el ocio hoy en día.
La combinación de estas dos tecnologías disruptivas (Internet y móvil), sobre todo cuando se combinan en un solo dispositivo (iPhone, Blackberry, Android), ha sido el caldo de cultivo idóneo para la revolución que estamos experimentando actualmente, la de las redes sociales.
Las redes sociales, a diferencia de las innovaciones anteriores, no son un concepto disruptivo que surge en un momento mágico. La idea de comunidad se encuentra presente casi desde el principio de los tiempos de Internet (ICQ, IRC, foros, etc.). De hecho, si analizamos la historia de las redes sociales encontramos bastante más fracasos que éxitos. Si Facebook, Twitter o Tuenti son el lado exitoso del fenómeno, hay muchísimas redes sociales que han fracasado. Tal y como cuentan Danah Boyd y Nicole Ellison en su historia de las redes sociales, la primera fue lanzada en 1997 (Sixdegrees.com) y desde entonces muchas han sido las iniciativas que no han llegado hasta nuestros días. Nombres como LiveJournal, AsianAvenue, MiGente, Friendster o MySpace (estas dos últimas aun vivas, o, con más exactitud, agonizantes) son la mejor prueba de que no es un mercado fácil.
Las cifras son impresionantes: Facebook cuenta con 750 millones de usuarios en todo el mundo, la mitad de los cuales se conectan a diario. Twitter está por los 175 millones de usuarios. Y de Tuenti, red social española, no se conocen cifras oficiales pero es evidente que su penetración entre la gente más joven es evidente.
Ante este fenómeno caben dos alternativas: la más razonable, y la que están adoptando la inmensa mayoría de empresas, instituciones y profesionales: tratar de entender el fenómeno y utilizarlo para conocer mejor a sus clientes o potenciar su carrera profesional. En el otro extremo tenemos a los burbujistas, una pequeña minoría de inmovilistas que desde hace años denominan a cualquier novedad como “una burbuja que pronto va a estallar” y se atrincheran en ella como excusa para no dar un paso al frente. Esta gente ya dijeron lo mismo cuando la imprenta, cuando el ferrocarril, cuando la radio, cuando nació Internet y ahora con las redes sociales.
El precio de esta actitud es grave. Si se trata de un pequeño empresario o directivo de una gran empresa, el precio de mantener su negocio al margen de sus clientes probablemente le llevará a la quiebra. Si se trata de un profesional, su carrera no se beneficiará del increíble intercambio de conocimiento y oportunidades del que gozamos los que sí estamos conectados.
Porque las redes sociales no son una opción que podemos tomar o no. Hoy en día la mayor parte de las decisiones de consumo se toman en estos entornos. ¿Quién lee ya la crítica de un periódico para decidir qué película ir a ver o adónde ir a cenar? No, son nuestros contactos o sitios especializados los que nos ayudan a tomar una decisión. Y qué decir de los viajes, la compra de una nueva televisión, un coche o incluso un piso.
Se necesitan profesionales experimentados en estas nuevas tecnologías sociales en cualquier ámbito que imaginemos, en política, en sanidad, etc., por no mencionar sectores como el ocio, el marketing o la comunicación, donde el cambio ya se ha producido dejando muchos ganadores y también bastante perdedores, los que se quedaron hablando de la burbuja.
Por eso, en la Aerco somos muy optimistas de cara al futuro, y de las pocas cosas que podemos estar seguros es que compartir (conocimiento, experiencias, información) es una de las claves para triunfar en el nuevo entorno.
(*) José Antonio Gallego Vázquez es presidente de la Asociación Española de Profesionales del Social Media (www.aercomunidad.org).