Reconozco, eso sí, que muchos de sus diseños me inspiran ideas y no puedo negar que, si algo estimo, es la capacidad que tienen sus diseñadores para encontrar soluciones sencillas a problemas complejos: yo no soy precisamente un manitas ni un enamorado del bricolaje y aún así me enfrento al montaje de sus productos como si fueran juguetes que me proporcionan un momento de distracción y relajo.
Amigas y amigos, conscientes de ello, me invitan a sus casas donde en algún momento de la velada dejan caer que han comprado algo que me enseñan orgullosos del diseño, al tiempo que insinúan si les puedo ayudar a montarlo con la excusa de que son unas, unos, manazas.
Así llevo montados más muebles que anuncios para clientes y aún se mantienen de pie la amistad… y el mueble.
La magia hay que buscarla en la imagen utilizada como lenguaje. Una letra es un signo, un diseño que por sí solo poco o nada puede comunicar.
Una imagen es todo un mensaje.
O las instrucciones de montaje.
En el folleto que acompaña cada producto Ikea se pueden contar hasta 31 idiomas utilizados para traducir una misma nota informativa, pero sólo precisa diseñar UNA imagen, entendida como tal la suma de ilustraciones necesarias y sin mediar palabra alguna, para explicar cómo montar de manera sencilla cualquiera de sus muebles con niveles de dificultad más que razonables y ser comprendido su discurso en, y por, todo el mundo.
Una imagen construida desde una estrategia de diseño didáctico en la que se suprimen intencionadamente cualquier frivolidad estética o componente visual innecesario para alcanzar sus objetivos de comunicación. Pura línea. Blanco y negro.
Caligrafía visual pura y dura.
¡Qué Ikea!
Eduardo Oejo es asesor de Comunicación Visual.