La creatividad es cosa de jóvenes, o, al menos, su día lo es. En el Día C los hay a montones, por todas partes. Llenan la sala de conferencias y se entusiasman con las salidas de algunos oradores, como Emilio Duró. Se interesan por el arte y su vinculación con la publicidad. Se reafirman en su creencia de que la tecnología es el medio cuando comparten experiencias y noticias sobre movimientos solidarios alumbrados en la Red. Aplauden las nuevas aplicaciones, útiles e inútiles, que crecen en derredor de las tabletas y los teléfonos inteligentes; y tuitean lo que ven, lo que oyen y hasta lo que piensan (durante el congreso se enviaron 2.779 tuiteos con el hashtag #8DiaC y con las palabras clave “club de creativos”).
La octava edición del Día C contó, como las siete anteriores, con creativos de todo tipo, fiel a los objetivos con que se creó: ser “el punto de encuentro de los creativos publicitarios con otros creativos, fuesen estos publicitarios o no”, tal y como explica José Luis Esteo, vicepresidente de la agencia Remo y expresidente del club, en el artículo “Si lo importante de él fuesen los premios, lo hubiésemos llamado el Día P”, publicado en el programa del certamen. Y añade: “Lo planteamos así para dejar bien claro que lo importante de ese Día C era el intercambio de impresiones, la puesta en común y la reflexión. Para dejar claro que los creativos, lejos de la imagen banal que se ha ofrecido de nosotros, tenemos un discurso profundamente serio y elaborado”.
QUEJOSOS, PERO CONTENTOS. El intercambio de impresiones y la puesta en común alcanzan su máxima expresión en las charlas. Las cabezas de cartel de la octava edición eran, en principio, Javier Mariscal, Emilio Duró y Lorenzo de Rita.
Javier Mariscal es un artista multidisciplinar –“antes solo era un gilipollas, menos mal que llegaron los años noventa”– al que le gusta lo que hace, y se lo pasa bien haciéndolo. Solo había que verle dando pasitos de baile sobre el escenario mientras describía el culo de Rita con un impecable acento cubano de opereta. Pero no le llegan los encargos, o no los suficientes. Está, según dice, con el agua al cuello, y abierto a considerar propuestas, siempre que vengan con cliente incluido.
Mariscal presentó su película Chico y Rita (su génesis, su asociación con Fernando Trueba, su mutua admiración, su pasión compartida por la música cubana, por los boleros, y su amor por el cine); y reivindicó el poder de la imaginación y del juego: “La base de todo es el juego, la capacidad de pensar que una piedra puede ser un avión. El problema es que hay mucha gente burra que piensa que una piedra no es un avión”. Y añadió: “Mi única manera de sentirme vivo es inventar”.
Emilio Duró es un economista y consultor convertido en estrella mediática, al que no le gusta dar conferencias; pero cuantas más pronuncia, más le pretenden. Su charla cautivó a los asistentes, entregados desde el principio a sus enunciados lapidarios, escupidos a un ritmo trepidante, entre inflexiones y aspavientos: “Lo siento, a partir de cierta edad ya no se aprende nada”, “Cada uno tiene la cara que se merece: el que tiene cara de tonto, es tonto”, “Yo ya no estoy en la mejor época de mi vida; ¡vosotros tampoco!”, “Los niños aprenden por imitación; tú, ¡no procrees!”, “Los zombis existen. Se murió a los 20 pero lo enterraron a los 90 años”, “El ser humano ha salido de la jungla ayer” o “Habla, el universo ni se entera”.
Según contó, a los 32 años la vida le puso “en su sitio” y empezó a estudiar la felicidad, o, más concretamente, a las personas felices, a las que tienen éxito en cualquier circunstancia, “a las que siempre encuentran parking”, para averiguar si tienen características comunes, en definitiva, si la felicidad se puede copiar, lo que le ha llevado hasta el concepto del coeficiente de optimismo, y es que, según él, la gente que triunfa es optimista, alegre, entusiasta, generosa…
El problema, según Duró, es que la vida funciona de una forma y la genética de otra. Nuestra esperanza de vida ha aumentado notablemente, al menos en los países desarrollados, pero no así nuestra capacidad para ser felices: “La enfermedad de moda es la depresión. Es la primera causa de muerte en el mundo occidental”. El reto para Duró es vivir cien años con pasión, con alegría. Pero ¿cómo lograrlo? Proponiéndoselo; marcándose unos objetivos realistas y copiando a los que saben. “Haced cosas que os apasionen. No vendáis vuestra vida, no merece la pena”.
Este predicador del optimismo y del amor, que dice renegar de su popularidad y del sentido trascendente que algunos otorgan a sus palabras –“pero no me hagáis caso”, repite con frecuencia–, parece, sin embargo, un pesimista obstinado; una persona feliz por decisión propia, como lo definieron en una de las entrevistas que le hicieron en el programa de Buenafuente.
Les cuento esto por si alguno de ustedes no sabe todavía quién es Emilio Duró. Yo no lo sabía, hasta que lo vi en persona, y todavía sigo sin saberlo muy bien. Pero lo mejor es que, si tienen tiempo y curiosidad, tecleen “Emilio Duró” en Youtube, vean alguna de sus conferencias (son todas muy parecidas) y juzguen por ustedes mismos si se trata de un pensador preclaro, de un visionario que quiere ayudar a la gente a ser más feliz o de un desgraciado que se ha inventado un personaje que le sostenga mientras encuentra un remedio contra la frustración.
Lorenzo De Rita es director de The Soon Institute, un observatorio-laboratorio que experimenta con nuevas formas de comunicación comercial y no comercial. Ha trabajado en numerosas agencias de publicidad (McCann, DDB, Wieden + Kennedy, 180, Euro RSCG, etc.) y también en la revista Colors, de Benetton, como director creativo.
De Rita es un publicitario al que, como a Duró, no le gusta lo que hace. “Odio la publicidad”, dijo, “porque nos hace perder sensibilidad; pero cuanto más la odio, mejor me sale, y más me llaman”. El mundo está lleno de gente a la que no le gusta su trabajo, así que por qué no van a estar los publicitarios y los economistas entre ellos.
A De Rita no le gustan, sobre todo, los trucos de los que se vale el oficio; trucos y añagazas que ya no impresionan a nadie, porque lo digital los ha hecho visibles para todos, no solo para los profesionales. Todo se expone, todo se muestra, nada se esconde ni se oculta. Esta es la gran aportación de lo digital al mundo: la visibilidad. Aunque también tiene contraindicaciones: “Vivimos en un mundo demasiado real, tan real que no queda sitio para la imaginación”. La receta de De Rita para combatir tan indeseados efectos es sencilla: “Hay que soñar a lo grande, con cosas imposibles”.
MODERADOS Y APASIOANDOS. El cartel del Día C contó con otros invitados de excepción: José Luis de Vicente, Belén Torregrosa y Javier Creus, un investigador cultural, una cazatendencias y un consultor de estrategia.
José Luis de Vicente es fundador del centro de investigación e innovación cultural ZZZINC (Zzzinc.net), “una plataforma formada por comisarios, periodistas, profesores universitarios, investigadores independientes y productores culturales”; y uno de los editores del blog de cultura digital Elastico.net. Entre otros cargos, ha desempeñado los de subdirector del festival de arte y tecnología ArtFutura (2001-2008), comisario asociado del festival de música avanzada y arte multimedia Sónar (2005-2008) y codirector artístico de OFFF (2005-2007). Le gusta lo que hace, aunque no lo exteriorice. Y lo que hizo durante el Día C fue sacarle los colores a la publicidad aprovechada y carota, la que no para mientes en rapiñar la obra de artistas experimentales para la construcción de sus edificios comerciales. De Vicente propuso un decálogo muy simple para normalizar la relación entre arte y publicidad, que se resume en dos puntos principales: 1) no seas maleducado, no cojas lo que no es tuyo sin permiso, y 2) invierte en investigación y comparte el mérito.
Belén Torregrosa es corresponsal del Future Concept Lab en España y asesora independiente en proyectos de comunicación creativa. Como corresponsal se dedica a perseguir y estudiar tendencias: “El coolhunting es un medio para la innovación. Mi trabajo es la innovación”, dijo. Le gusta lo que hace y lo dice. Le apasiona contar historias (“el storytelling atrae, no impone”) y defiende el pensamiento transversal como fuente de inspiración: “La mirada transversal encuentra coincidencias entre cosas aparentemente inconexas”. Durante su exposición, Belén defendió la vigencia de dos acciones cada vez más relegadas en favor de la inmediatez: la búsqueda de la excelencia y la reflexión. “Si algo nos va a sacar adelante es la excelencia”, dijo, y “La innovación tiene que ir despacio, con tiempo para reflexionar”, añadió.
Javier Creus es fundador y planner de Ideas for Change, una consultoría de marketing y comunicación estratégica que presta especial atención a las tendencias culturales, sociales y tecnológicas. Creus es además coautor del libro No somos hormigas. Siete observaciones sobre la innovación optimista, escrito en colaboración con Fernando Casado. Cree en lo que hace y defiende su validez, por eso el libro está dedicado a “todos los pesimistas y desinformados”. En él se pone de manifiesto que, frente a los innumerables problemas que nos rodean, vivimos en un mundo joven, educado y conectado, donde los ciudadanos son capaces de organizarse entre ellos para arreglar los problemas que de verdad les interesan. Y lo hacen entre iguales, sin prejuicios; aprovechando lo que abunda y está desaprovechado; compartiendo lo que tienen como opción a la propiedad; con transparencia y neutralidad; manteniendo la diversidad; y de forma autónoma y autosuficiente, sin el apoyo de instituciones ni autoridades.
Creus puso numerosos ejemplos de movimientos ciudadanos surgidos en su mayoría alrededor de Internet: Couchsurfing.org, Peer to Peer University (p2pu.org), Juegaterapia.org, Sciencecommons.org, Thegoodgym.org, Globalvoicesonline.org, etc. Si no las conocen, hojeen alguna de estas páginas o de las contenidas en el libro de Creus. Merece la pena.
Pedro Urquidi