Seguro que han oído al locutor de las alfombras que venden unos señores muy amables. Hace poco le oí en una cuña distinta, sobre un centro educativo y debo admitir que mi subconsciente esperaba algún comentario final sobre los felpudos que cubren los suelos del colegio.
Recientemente, la bonita voz de otro profesional adornaba un anuncio de una de estas compañías que hacen informes de solvencia y que se deben estar haciendo de oro. En la ficción publicitaria el locutor representaba al directivo de una empresa que no pagaba a sus proveedores y buscaba incautos alternativos. Lo grotesco ha sido oír semanas después al mismo locutor anunciando una prestigiosa marca de coches alemanes. Algo chocante, pues me consta que dicho fabricante paga sus facturas con exquisita puntualidad porque su primera RSE consiste en cuidar a sus clientes y proveedores, algo de lo que debería cundir el ejemplo.
Ambos locutores son magníficos profesionales. Pero han creado personajes tan tangibles que hacen increíble cualquier nuevo avatar con voz parecida. Paradójicamente, son esclavos de su éxito, galeotes de cuña única. Los que escribieron el guión deberían indemnizarles.
Y no pierdan el tiempo intentando localizar a Hillary Maqueda en Google. Es un personaje ficticio que acabo de parir y que me permite empezar los artículos con citas doctas y difícilmente contrastables.