Y ¿de quién es la culpa? Pues lo siento, pero creo que no se libra nadie. Empezando por los que ostentan el poder, con el debido respeto debido a su edad, dignidad y gobierno, podemos decir que ya está bien, que para encontrar la maravillosa receta de poner gente en la calle no hacen falta maravillosos cursos de posgrado en Harvard ni Cristo que lo fundó. A nuestros ejecutivos y directivos se les paga para encontrar soluciones que aseguren el negocio, no para poner tiritas que se perderán en el primer baño. Las nóminas se pagan por algo, y dentro de ese algo entra pelear por encontrar negocio, huecos, fórmulas y caminos que hagan fuertes a las compañías y a sus trabajadores y consolidando el tejido industrial, comercial y vital de una sociedad. Menos despidos y más neurona, capacidad y compromiso.
De los mandos intermedios cabría esperar capacidad de liderazgo, gestión de los equipos, informaciones exactas y ajustadas que permitan tomar decisiones, no enquistarse en el papel de mensajeros del desastre y mirar hacia abajo con cara de no sé a quién de éstos no voy a ver mañana, pero no hago nada.
Y a los curritos de base: menos llorar, menos esperar a que las cosas caigan del cielo y mucho más entusiasmo, compromiso y ganas de hacer bien las cosas y ponerles difícil a los capos el prescindir de la base.
Señores, cada uno en su función, pero todos en una misma dirección: evitar el desánimo, la acomodación y la desidia, que eso no hará más que justificar los despidos y ponérselo fácil a los torpes que cobran por decir que la solución es el despido masivo.