Al inminente apagón analógico programado para abril del 2010, se suman ahora las últimas novedades introducidas por el Consejo de Ministros del pasado 8 de mayo, como la supresión de publicidad en TVE y su limitación en la compra de derechos de grandes acontecimientos deportivos y cinematográficos a partir del próximo mes septiembre. Esto último representa un acercamiento de nuestro Gobierno hacia el modelo francés, que preconiza una televisión pública muy débil.
Podría pensarse que esto representa una gran oportunidad para las cadenas privadas que recibirían un caudal de audiencia e ingresos publicitarios provenientes de las públicas. Sin embargo, la ecuación no es tan sencilla. Las experiencias previas, tanto galas como británicas, indican que, a largo plazo, la nueva tarta publicitaria no tendría por qué repartirse de esa manera y que probablemente una parte, incluso, desaparecería de la televisión actual para acabar en otros canales de comunicación. Algunos analistas apuestan por un moderado trasvase de inversiones publicitarias hacia el medio exterior, como generador secundario de cobertura masiva, y sobre todo hacia Internet, que sufriría una gran aceleración.
Es curioso llegar a esa conclusión de “pérdida de influencia de la televisión actual” en un momento en el que, paradójicamente, el consumo de televisión está creciendo. De hecho acabamos de alcanzar el récord histórico de 244 minutos por persona y día. Eso supone